Por Miguel Raad Hernández (Agosto 28 de 2015).- (Especial para Revista Zetta).- El sátrapa que hoy gobierna a Venezuela, el mismo que ha llevado a la nación hermana al empobrecimiento y al caos, ante el desprestigio creciente y la deslegitimación de su gobierno, ha acudido de nuevo a la estratagema de armarle lío a Colombia para exacerbar el patrioterismo de sus conciudadanos y lanzar una cortina de humo sobre su fracaso y las miserias propias.
Pero esta vez sus actos han ido más lejos que nunca. Como los peores déspotas de la historia mundial, Maduro ha iniciado una persecución contra los colombianos más pobres residentes de aquel lado de la frontera. Ha cerrado los pasos oficiales entre los dos países y ha mandado a sus tropas y esbirros a los barrios donde viven los colombianos en el Estado Táchira, casa por casa, sacándolos por la fuerza, separándolos de sus hijos y familiares, sin permitirles tomar sus enseres y expulsándolos del país. Marcan las casas de los colombianos con las letras D o R, en gran tamaño, para que los que vienen detrás procedan al saqueo y destrucción de sus viviendas. Esas son las imágenes que nos muestra la televisión internacional que, a pesar de los esfuerzos del Gobierno por censurarlos e impedirles que informen, han logrado difundir los atropellos. Los informes de la prensa y los testimonios de las víctimas causan dolor e indignación.
Los actos de Maduro son de la peor laya. Ellos constituyen una discriminación y persecución por nacionalidad en contra de un pueblo específico, que es el colombiano. Además, atentan contra los derechos humanos de todas esas personas a quienes se les violenta su integridad personal, el derecho a vivir unidos en familia, a tener una vivienda, a su salud física y mental y, lo más grave, la violación a los derechos de los niños y las niñas. La expulsión desde Venezuela se hace sin respeto por el debido proceso, en condiciones de la mayor indignidad y deshumanización.
Es de tal magnitud el desconocimiento y violación del derecho de gentes, que Maduro parece emular los peores ejemplos de la historia como la persecución Nazi contra los Judíos, o las persecuciones de Nerón en Roma. Sólo le falta que decida dar los siguientes y más horribles pasos que dieron sus inspiradores: ordenar el incendio de las viviendas y barrios de los colombianos o su exterminio.
El Procurador General de Colombia ha dicho que los actos de Maduro contra los colombianos en Venezuela serán denunciados por él ante la Corte Penal Internacional como tentativa de genocidio. De hecho ya uno de nuestros compatriotas regresó anoche en un féretro, luego que no fue atendido en Venezuela por una apendicitis. En las últimas horas el Gobierno colombiano ha llamado a consultas a nuestro embajador en Caracas y a los pocos minutos Maduro hizo lo propio con el suyo en Bogotá. Las autoridades venezolanas no cumplieron el compromiso acordado entre las Cancilleres de ambos países de permitir ayer el ingreso del Defensor del Pueblo colombiano para documentar todos los actos y procedimientos realizados para la expulsión de los colombianos y acompañarlos como garantía de respeto e indemnidad. Las tensiones y la soberbia del déspota van en aumento.
Lo más grave es que ese gobierno es el mismo que en la Habana oficia como garante del proceso de paz con la guerrilla de las FARC. ¿Cómo puede ser garante de un proceso tan delicado y vital para Colombia, quién así nos agrede?. ¿Qué confianza puede inspirarnos a los colombianos tan siniestro garante? ¿Cómo afectarán estos graves atentados de Maduro contra los colombianos, el proceso de Paz?
Nuestro deber como formadores de opinión es llamar a todos los colombianos, a la dirigencia pública, privada y social, a la unidad en el repudio de semejante agresión y en el respaldo a nuestro gobierno. Creemos que el Presidente Santos ha actuado frente a Maduro con prudencia pero con firmeza, con respeto pero con dignidad, agotando los canales de la diplomacia y del derecho, sin igualarse en el comportamiento brocho, guache, desmedido y censurable del Gobierno de Maduro. Pero sobre todo, el llamado a acoger fraternal y solidariamente a nuestros compatriotas expulsados de Venezuela. A rodearlos y apoyarlos en sus necesidades, a aportar económicamente en la medida de nuestras posibilidades para que re- encuentren su sitio en la Patria que los vió nacer y entre sus compatriotas que somos su misma familia.