Por Danilo Contreras.- (Especial para Revista Zetta).- Considero, tal vez ingenuamente, que la mayoría de la gente sigue considerando la República como un concepto deseable en tanto gobierno que establece límites a los abusos de personas o grupos que tienen gran poder para imponer su voluntad a despecho de las prerrogativas individuales. Está claro que en una República, la constitución y en general el ordenamiento jurídico garantiza la autonomía personal, vale decir la libertad y el goce efectivo de los derechos humanos.
Sin embargo, las amenazas a esta concepción son serias, incesantes y a veces sofisticadas si se considera el discurso camuflado tras el cual se esconden ciertas maneras de burlar sus principios.
En el núcleo del concepto de República está la noción de lo público como espacio en el cual se concentran bienes deseables a los que cualquier persona puede acceder con la finalidad de debatir, satisfacer necesidades y anhelos de vida buena; este espacio proscribe la apropiación individual de los bienes que en él convergen.
Por estos días he escuchado del filósofo español Javier Gomá que la gran conquista cultural de la modernidad ha sido dotar a las personas de conciencia crítica como ampliación de su libertad individual, este es el valor supremo que corona la condición del ciudadano.
En nuestra pequeña patria amurallada son patéticos los comportamientos oficiales que hacen gala del deseo por reprimir la crítica que es, como se dijo, el gran triunfo de la modernidad, quizás con el afán de regresarnos al tiempo del “ahumado candil y las pajuelas”, cantado por el tuerto López.
Recientemente el alcalde y sus adláteres no han dado pausa al graduar de enemigos de la ciudad a todo aquel que ose cuestionar el inicio de Transcaribe considerando que los elementos esenciales que lo estructuran no se encuentran configurados de forma satisfactoria: No están listos ni el patio portal, ni las estaciones de embarque y desembarque, ni la semaforización y nada se sabe de los buses convencionales que deben chatarrizarse en esta fase inicial. Hay dudas además, sobre la manera como operara el recaudo y las tarjetas de pago, entre otros detalles. El alcalde prefiere apoyarse en el pensamiento acrítico de la franja ciudadana que simpatiza con aquella frase que ha hecho carrera, según la cual son preferibles los gobernantes que se enriquecen en los cargos siempre y cuando hagan obras.
Particularmente considero que el proceder del alcalde no es parte de un propósito premeditado por destruir la endeble República que padecemos, ni mucho menos controvertir el triunfo del pensamiento crítico que los filósofos proclamaron a fines del siglo 18, sería, recordando a Gomá, sobrevalorar al burgomaestre; más bien creo que se trata de una mera vanidad, que quizás causará percances materiales e inmateriales a una ciudadanía que aún hoy, a 204 años de independencia, se debate entre la libertad de pensamiento y la opresión colonial que ciertas elites intentan revivir.
Viva el 11 de noviembre, un ideal en el cual debemos persistir.