Por John Zamora.- Director Revista Zetta.- Desde el centro de la tarima que coronaba el escenario de la posesión, Manuel Vicente Duque paseó su vista de lado a lado. A su izquierda estaba su familia; a su derecha, el gobernador Dumek Turbay y los comandantes de la Policía Bolívar y la Base Naval. En frente, la concurrencia integrada por amigos, políticos, empresarios, dirigentes, ciudadanos anónimos y sus colegas de la prensa.
Desde allí pudo haber visto también algo de su pasado, de esos que se aparecen como instantáneas fotográficas. Recordar cuando al grito de “Manolo va” se presentó indignado en el camellón de los Mártires para rechazar la decisión de la Registraduría de negar el registro de las firmas de Primero la Gente. O cuando, meses atrás, salió de RCN y se embarcó en la campaña que lo tenía en ese momento a punto de leer su discurso como nuevo alcalde de Cartagena. O momentos más emotivos, como la infancia en Blas de Lezo, o las épocas del colegio Salesiano, o las aventuras universitarias en el Externado de Colombia; o las emociones de la Serie Mundial de Béisbol de 1994 cuando Orlando Cabrera ganó con Boston; o los cientos de servicios sociales en las madrugadas del Noticiero Popular.
Pero la mejor vista desde allí era la del futuro de Cartagena. Los próximos cuatro años de enorme responsabilidad, para los cuales lanzó una propuesta que respaldó la gente, y para le que conformó un equipo de trabajo que deberá conjugar dos condiciones: compromiso y resultados.
Buena parte de ese equipo estaba en primera fila, esperando la confirmación de su nombramiento con la lectura del primer decreto del alcalde Duque, que estaba en la parte final del libreto. Y así fue. Posaron para la foto, nombrados y posesionados.
Bajo una cielo nublado aunque sin amago de lluvia, el declinar de la tarde cobijó la posesión del alcalde en el parqueadero del Coliseo de Combate, en lo que fue una ceremonia que por sencilla y emotiva, resultó corta y efectiva.
Muy pronto los invitados coparon las sillas destinadas y, sobre una alfombra roja situada en el costado interno, apareció el señor alcalde de Cartagena, con un elegante traje beige, corbata y el collar y la medalla que le entregó un día atrás su antecesor Dionisio Vélez.
Se dirigió de inmediato a la solitaria silla que presidía la tarima, frente a la cual estaba el escritorio sobre el que descansaría el acta de posesión que leyó la notaria segunda del circulo de Cartagena, Eudenis Casas Bertel. Manolo juró y firmó el acta. ¡Ya era alcalde!
Sus primeras palabras como alcalde fueron para resaltar el talento de un grupo de jóvenes que, a renglón seguido, ejecutó “Rebelión” de Joe Arroyo y “Colombia tierra querida” de Lucho Bermúdez.
Junto al atril, se quedó de pie escuchando el concierto, a veces con una mano en e bolsillo, un ademán que siempre le ha distinguido.
Tras los aplausos para esos chicos ejemplares, vino el discurso. Bien instrumentado, bien leído, bien entendido. Fue un gran discurso porque fue auténtico, sin pretensiones oratorias barrocas, con un resumen claro de sus propósitos de gobierno.
En toda la ceremonia, a Manolo no se le notó en ningún momento ni un ápice de nerviosismo. Desde que llegó y hasta ese momento estuvo aplomado, tranquilo, sin ansiedad.
No obstante, al aludir a don Manuel y doña Yolanda –sus padres- y mencionar a Viviana –su esposa- y sus hijos Sebastián y Manolo, tuvo que contener el llanto y modular el tono quebrado de su voz. Era la emoción de un hombre de familia, un noble de corazón, que le pidió paciencia a ellos “porque he decidido quitarles un poco del tiempo que he dedicado siempre a mi hogar para dedicarlo al hogar grande que es mi Cartagena”.
Al final del discurso, al final de la posesión de sus secretarios, se encendieron unos luminosos volcanes que sirvieron de marco para la foto final: Manolo y su familia saludando a Cartagena.
Un hombre noble, un profesional ejemplar, un padre y un esposo. Un ser humano especial es el nuevo alcalde de Cartagena. No se equivocaron los que en el momento más difícil de la campaña acuñaron el grito de batalla: ¡Manolo va!… ¡Y Manolo allí está!