Por John Zamora (Director Revista Zetta).- Todo el que se acerca a Reficar y olisquea, enseguida frunce el ceño y dice ¡fo!
Absolutamente todo lo que rodea a este súper escándalo emana un hedor que conlleva demasiados interrogantes, comenzando por los que tienen que formular las “ías” y que deben responder los encargados del proyecto en todas sus etapas.
Desde el momento en que el contralor Edgardo Maya reveló las conclusiones del estudio sectorial, quedó claro que la corrupción se apoderó de Reficar desde tiempo atrás, con el agravante que los sobrecostos son comparados con la ampliación del canal de Panamá o la construcción del Metro para Bogotá.
El actual gobierno, tirándoselas de muy vivo, ha querido desviar la atención y dispararle al “gobierno anterior”, es decir, convertir este doloroso drama de corrupción en otro capítulo de la guerra fía Santos-Uribe.
En otras palabras, todo lo malo de Reficar nació y germinó bajo la égida de Uribe, y la composición del caminado es obra del milagroso perínclito Juan Manuel.
En ese sentido hablaron Min hacienda, Mauricio Cárdenas; el gerente de Ecopetrol y denunciante en su momento, Juan Carlos Echeverry, y Reyes Reinoso, el cándido Presidente de Reficar. Todos a una como en Fuenteovejuna, pusieron el retrovisor y le achacaron todas las fallas al gobierno anterior:
“Las tres principales fallas, según Cárdenas, fueron escoger a una firma que, como Glencor, no sabía de refinerías y nunca tuvo la vocación de hacer el proyecto; haber contratado a CBI, y la falta de planeación con la que comenzó la modernización (sin diseños), pues cuando esta se inició, la ingeniería de detalle, paso clave para un proyecto de estas magnitudes, iba apenas en el 21 por ciento” (El Tiempo).
A su vez, el estamento uribista ha señalado que el derroche que tipifica a Santos tiene uno de sus acápites en Reficar y que los males de la ampliación de la refinería corresponden al mal manejo de los conductores del proyecto en el último lustro, es decir, desde que comenzó el primer gobierno Santos.
A juzgar por ambas versiones, lo único que se puede concluir con certeza es que “ambos son peores”.
El estudio de la Contraloría es contundente y señala que en todo momento hubo inconsistencias, irresponsabilidades de principio a fin.
Ni Santos ni Uribe, ni sus colaboradores en este asunto, pueden escurrir el bulto ante tan oprobiosa apropiación del patrimonio de los colombianos.
Resultaba hiriente que a un mero soldador o tubero le hubieran exigido cuanto título, papeles, certificaciones, lo sometieran a polígrafo y a operativos sorpresa de alcoholemia, mientras que a los grandes rufianes contratistas les dejaran las puertas abiertas para los sobrecostos. Más que un delito de Estado, parece más bien un delito de clase: los de cuello blanco podían feriar a Reficar y tenían ese sagrado derecho. Y además, bilingüe.
Las explicaciones que deben dar Orlando Cabrales (¿a propósito: todavía pertenece a la junta directiva de la Casa Editorial El Tiempo?), Pedro Rosales y Javier Gutiérrez, y los demás encartados en este asunto, deben se amplias y públicas.
Me temo que la maniobra de reclamar en un Tribunal de Arbitramento los dineros del sobrecosto a CB&I pueda ser una estrategia para decir que los causantes de este estropicio son los gringos, y que aquí todos eran mansas palomas. Así sea por omisión o por ingenuidad o por buena fe o por pendejos, pero ese combo de directivos alguna responsabilidad habrá de tener, sea fiscal, disciplinaria o penal.
Los resultados de las investigaciones de Contraloría, Procuraduría y Fiscalía deben ser prontos y concordantes, pues los colombianos no estamos para esperar el fin de este milenio para conocerlos.
En Reficar todo esto huele mal. Hay un podrido. ¡Foooo!
Nota: El 3 de febrero pasado escribí:
(https://www.revistazetta.com/?p=10609)
Y el 21 de octubre de 2015, en la pomposa apertura de la planta, el presidente Santos dijo: “Después de más 8 mil millones de dólares y seis años de inversión, de tiempo, hoy finalmente pusimos en marcha esta gran refinería”.
En sus palabras, Santos admitió que había retrasos, e incluso reconoció incentivos para acelerar.
“Hace 195 días, Juan Carlos Echeverry me dijo, ‘yo creo que para marzo del año entrante’. Yo le dije no me sirve. Tiene que ser mucho antes. Seamos audaces. Pensemos fuera del closet, pensemos cosas que puedan poner a funcionar la planta antes. Y se me ocurrió decirle ¿por qué no damos un bonificación si cumplimos con unas metas que anticipen el momento de poner en funcionamiento la planta? Y me dijo buena idea, voy a socializarlo. Lo socializaron y eso tuvo buena acogida y los trabajadores todos respondieron con entusiasmo”.
Es decir que el presidente Santos sabía del costo final y los retrasos, y decidió ofrecer un incentivo para acelerar, como premio por el atraso.