Por Danilo Contreras (Especial para Revista Zetta).- Las generaciones que hoy viven en Colombia no conocen la paz. 50 años de conflicto han generado una cultura que no es propicia a la solidaridad, la convivencia y el reconocimiento de las diferencia, hecho que se manifiesta cotidianamente en intolerancia y agresión del derecho ajeno.
La paz, lo que sea que ello signifique para una sociedad como la nuestra, no llegará con la esquiva suscripción de los acuerdos de la Habana, sin embargo, no queda duda que en el caso feliz de que la firma tenga lugar, esa sola circunstancia será un avance trascendental para el establecimiento de la tranquilidad y el bienestar de los colombianos.
El profesor Amaranto Daniels de la Universidad de Cartagena, en un interesante ensayo sobre los Retos y desafíos del posconflicto en los Montes de María, propone una aproximación al concepto de paz señalando que esta es “…una construcción…que plantea trazar una nueva alianza basada en la lógica de la inclusión y la integración territorial, en donde la comunidad no sea receptora, sino, un actor fundamental de las políticas estatales…”. El mismo documento reconoce como obstáculos a este propósito “la corrupción en la gestión administrativa, el clientelismo político y la criminalidad organizada que expresan la ausencia de la soberanía del Estado en los territorios…”.
Los desafíos de lo que ha dado en llamarse “posconflicto” en Bolívar, son inmensos: El hambre, la pobreza multidimensional y la negación de oportunidades a quienes más lo necesitan, son escollos que entre todos debemos salvar. Los conflictos en las diversas sub regiones en que se encuentra dividido el departamento presentan características disimiles que ameritan tratamiento diferencial: En Montes de María por ejemplo, tendrán que discutirse a fondo los conflictos ambientales originados en la presencia de importantes intereses económicos en las explotaciones de hidrocarburos, gravas, minerales y calizas que han producido malestar entre el campesinado de la región. En el distrito de Riego de Marialabaja, el acceso al agua y las tensiones entre los agroindustriales y campesinos que padecen por la ausencia de comida, amerita también un tratamiento especial y abierto. El confinamiento de los territorios del sur de Bolívar y el hambre que galopa en los municipios del dique reclaman medidas de emergencia.
Pero hay un ingrediente ético que agregar a este sancocho nacional para que nos quede de buen sabor y sea agradable a todos; Habermas advierte la importancia del aprendizaje en un proceso de desarrollo moral y subraya la exigencia de un cambio de actitud para la transición. El autor agrega que para alcanzar patrones de socialización y procesos de formación en una sociedad justa, se requiere de individuos con sentido para reconocer las pretensiones de todos y capacidad de reversar puntos de vista en la medida que la racionalidad colectiva lo amerite.
Ser capaces de superar la visión egocéntrica de los intereses particulares por una praxis de lo justo es clave.