Por John Zamora (Director de Revista Zetta).- No creo que alguien que llegue a la Corte Suprema de Justicia sufra el repentino arrebato de un duendecillo que le diga cómo delinquir sacándale jugo a sus sentencias.
O ya lo viene haciendo, o ha visto mucho cómo se hace. En todo caso, nadie estrena la toga de magistrado y se gradúa en simultánea de delincuente.
Está claro que la corrupción judicial es asunto muy viejo, pero que nunca había tenido la notoriedad y gravedad de los actuales momentos.
La cosa es tan sencilla como la costumbre de invitar a almorzar al secretario de un juzgado para impulsar alguna etapa procesal, o regalarle las resmas de papel para imprimir los fallos, o darle una propina a un notificador para que se ponga “mosca”, para luego pasar a una etapa más avanzada como la compra-venta de fallos de jueces a todo nivel: desde los promiscuos de un pueblecito perdido, hasta los encopetados de las altas cortes.
Te cobro por fallar a tu favor, así tengas el derecho; te cobro por fallarte también a favor así no tengas el derecho. Si mi fallo te representa un “billete largo”, así tengas el derecho, me debes dar mi porcentaje anticipado; el porcentaje es mayor cuando no tienes el derecho.
Y te cobro por todo: por acomodar el reparto de los procesos, por una medida precautelar, por proyectar un fallo, por dictarle una decisión adversa a la contraparte, por suavizarte la medida adversa a tu causa, por aumentar una cifra o por disminuirla según convenga, por decretar una prueba, por hacerme el loco y no decretar pruebas, por dilatar, por acelerar, por subvalorar o sobrevalorar una prueba, por aleccionar a un testigo, por interpretar, por asesorarte y decirte qué decir y cómo decir… en fin, el recetario es inagotable.
El escándalo que envuelve a Francisco Javier Ricaurte, Gustavo Malo, Leonidas Bustos, o Tarquinio Pacheco, y antes a Jorge Pretel, ha evidenciado la podredumbre de la justicia colombiana, sucia de pies a cabeza. (En esa misma cuna ha nacido la JEP, para tratar con guante de seda a los criminales de las Farc y con mano de hierro a los críticos del proceso de Santos).
En aras de la justicia, sano es decir que todavía hay jueces -y en general funcionarios de la rama- rectos, estudiosos, diligentes, abnegados y convencidos de la pulcritud que debe distinguirles, pero los corruptos famosos han hecho que toda la rama esté cuestionada.
¡Claro que se requiere una reforma! pero no derivada del oportunismo de un gobierno agonizante, cuya propuesta de un referendo cayó tan mal como combinar papaya con jugo de tamarindo.
Debemos reformar la justicia, pero también al legislativo y, de paso al ejecutivo, y esto y aquello también… en fin, debemos reformarlo todo, pero lo que es superior, debemos transformarnos como sociedad para que las instituciones no sean un reflejo de nuestra desconfiguración, y no seguir quejándonos y sufriendo por la maña vieja de la corrupción.