Por Carlos Féliz Monsalve (Especial para Revista Zetta).- Como una epidemia que se propaga de forma volátil en el ambiente, la inseguridad se ha contagiado en Cartagena. Nuestra ciudad no es la misma de hace algunos lustros, puesto que hoy adolece de todos los síndromes que atormentaron durante años otros rincones emblemáticos de nuestro país.
El pan de cada día en los rotativos, medios de comunicación local y redes sociales, es que en algún extremo de La Heroicala delincuencia perturbó la moribunda tranquilidad de la ciudadanía. Pareciere como si todos los males de la decadencia social se estuvieran concentrando aquí.
Lo paradójico de todo esto, es que por más esfuerzos que se persigan desde la institucionalidad, las cifras en términos de percepción parece que siempre estuvieran en sus picos; el ruido de un solo acto delictivo termina siendo más impactante que las acciones desplegadas por nuestros protectores. Pienso que centrarnos en debatir en quién o quiénes son los culpables de la hecatombe, es acrecentar las llamas de un incendio que no tiene intención de sofocarse.
Por eso, considero prudente hacer un alto en el camino y reflexionar. No es justo que en el mes de marzo hayan ocurrido veintiún homicidios por diferentes causas, y que nada más empezando el presente mes, en una calle del barrio Bruselas, el despertar de un cotidiano viernes se haya empañado con el intento frustrado de fleteo.
El egoísmo y el oportunismo como antivalores jamás pueden vencer la calidad de personas que residimos en esta ciudad. Cartagena, nuestro Corralito de Piedra, que dentro de la historia del mundo tiene unas páginas guardadas, no puede seguir escribiendo dentro de sus líneas hechos adversos que la alejen de ser el lugar paradisiaco y admirado por todos.
Con los ladrillos se construyen casas, pero con familias se construyen sociedades. Por eso hago un llamado a la reconciliación y a la tolerancia, sin que esto haga honor a las ya bien conocidas frase de cajón, porque lo que en verdad quiero transmitir es un mensaje que nos permita entender que solo con la unidad, fraternidad, camaradería y vecindad podremos salir de este bache. Todos de una u otra forma hacemos parte de la definición de Estado, y hasta que todos no entendamos las obligaciones que desciende de este rol, seguiremos contribuyendo a la degeneración.
Entendamos que cada acción prospectiva que emprendamos en el ahora, aportará al surgimiento de nuestra amada ciudad del abismo en que se encuentra. Nuestra juventud se merece una ciudad igual o mejor a la que recibimos de nuestros predecesores, para que nuestro legado en las nuevas vidas no solo sea material, sino que refleje paz, prosperidad y felicidad. Cada uno de nosotros debe hacer algo mejor de lo que jamás ha hecho, recordemos que el cambio comienza por lo más pequeño, el hogar.
CARLOS FELIZ MONSALVE