Por Carlos Féliz Monsalve (Especial para Revista Zetta).- El respeto es por antonomasia la base fundamental para el surgimiento de las sociedades. Esta afirmación no se funda en la simple intención de querer componer una línea a base de este valor, sino que emana de las consideraciones que durante años han sido plasmadas por tratadistas, que sitúan al respeto en el pináculo de los valores, dado que nos permite reconocer mutuamente que somos iguales y gozamos de derechos.
Entonces, la universalidad de esta máxima social no puede quedar a un lado cuando nos adentramos al turbio e indomable escenario político contemporánea, pues, muy a pesar que las reglas morales y jurídicas dictan que las campañas deben desarrollarse con estricto respeto para con el electorado y contendientes, esta loable premisa está siendo degrada por el uso indebido de los certámenes electorales por parte de los principales actores.
No es un secreto que en nuestros días, son pocos los candidatos empeñados en cautivar al pueblo a través de propuestas importantes y consientes de las necesidades; deplorable e innecesario es que la mayoría de candidatos pretendan ganar el favor popular mediante espurias, falacias y en el peor contexto amenazas contra la vida de sus adversarios, con el único fin de obtener réditos que los catapulten a su elección.
El debate político debe centrarse en los discursos generadores de confianza, que entreguen un mensaje de solución y de superación de las necesidades de la gente, más que adentrarnos en peleas áridas y estériles que antes de seducir las masas, terminan por socavar la poca credibilidad que le queda a la clase política actual.
Si hablamos de respeto político, debemos entender que mal le hacemos a la democracia cuando implantamos falsedades en cabeza de otros para nuestro beneficio particular; el hecho de que existan diferencias ideológicas, de cultos o de géneros, por mencionar algunas, no puede entregarles derechos a unos cuantos, para tergiversar la verdad, ya que destrozamos el finalismo mismo de la elección, que se centra en ganar al sujeto activo del voto con suficiencia, preparación e integridad, más no incubando miedos y sugestiones.
Las campañas finalizan cuando el calendario electoral así lo señala, razón por la cual, no debemos caer en triunfalismos y sentimientos de grandeza cuando los candidatos apoyados, llevan leves ventajas en las encuestas y otros mecanismos de medición utilizados actualmente; el respeto por el contendor debe llevarnos a mantener una constante lucha por lo pretendido, en eso se basa la competencia leal.
Para una buena salud democrática, es importante la construcción por parte de los candidatos uninominales (gobernadores y alcaldes) de completos programas de gobierno, o propuestas de coadministración para el caso de los miembros de corporaciones públicas (diputados, concejales y ediles), que le permitan al pueblo inferir cuál es la decisión más conveniente, e incluso, permitirle a este, participación activa para su confección.
Considero que la democracia parte de principios inmutables que deben ser observados por todos los que participamos en ella, por lo que, tan corrupto es el que compra la conciencia, como el ciudadano inescrupuloso que se aprovecha de su posición deliberante, para recibir y en el peor de los casos, pedir, los incentivos o estímulos para disponerse a ejercer el sufragio, que por principio constitucional es un derecho, un deber y entre otras cosas, secreto.
No desconozco con lo anterior, que la frágil equidad que se percibe en las ciudades conlleve a que el ciudadano urgido se mercantilice, sin embargo, ya es pertinente que nos ajustemos los pantalones y entendamos que si no elegimos correctamente y con conciencia, no tendremos legitimidad alguna para quejarnos de nuestro diario vivir.
Necesitamos un proceso cívico de vigilancia del debate electoral, que contenga medidas de prevención más que de manejo, dado que no solo se corre peligro durante el desarrollo del proceso, sino una vez finalizado el mismo, en la etapa de escrutinios. Cartagena y los demás municipios que componen el Departamento de Bolívar, no deben seguir padeciendo la desidia institucional, queremos gobernantes de todo un periodo.
Los populares “chocorazos” y penalmente conocido como “alteración de resultados electorales”, no puede arrebatarle al candidato que logró reunir las mayorías, la posibilidad de demostrar en un periodo de gobierno o coadministración su ideario propuesto.
Ciudadano, la decisión está en nuestras manos, el abstencionismo no marcará diferencia, este 27 de octubre debemos votar por nuestro candidato de preferencia, y si no lo hay, por lo menos votar en blanco para demostrar el desacuerdo con los candidatos propuestos. Recordemos que la decisión colectiva solo le pertenece al pueblo.
CARLOS FELIZ MONSALVE