Por Wilberto Ramos Vega (Especial para Revista Zetta 20 años).- Muchos son los problemas y momentos incómodos que ha enfrentado el alcalde William Dau por la ligereza de su lengua y su mal hábito de ver malandrines en todas partes. Como generalmente no cuenta con las pruebas para acompañar sus acusaciones, en más de una ocasión se ha visto obligado a retractarse, lo que le ha valido para un cambio en el apelativo que lo identificó en campaña: pasó de tractor a re-tractor.
Es verdad que la ciudad ha estado en manos de familias como los García, los Montes, los Blel y de personajes como Cáceres, ‘la Gata’ o ‘el Turco’, que siempre tenían alcalde y se repartían las diferentes carteras del Distrito. También es verdad que los jefes o personajes representativos de estos clanes han sido condenados por corrupción o parapolítica; sin embargo, el alcalde no debe ir por allí sin pruebas, e irresponsablemente, señalando de corrupto a quien se le antoje, como tampoco deben hacerlo ninguno de los miembros de su gabinete.
Tal es el caso de Armando Córdoba, secretario de Participación Ciudadana, quien denunció públicamente que los cuestionamientos a su hoja de vida y su supuesta falta de idoneidad para el cargo hacían parte de unos ataques por negarse a acceder a una extorsión por parte de concejales de la ciudad, que le exigían cargos y OPS a cambio de no perseguirlo políticamente. Por supuesto, la respuesta de los concejales no se hizo esperar e, indignados y al unísono, llamaron a Córdoba para que soportara sus declaraciones. Ante la ausencia de las mismas y siguiendo el ejemplo de su jefe, el secretario no tuvo más opciones, que retractarse públicamente.
¡Y no era para menos! Es muy arriesgado hacer una acusación de ese nivel sin ningún tipo de soporte, especialmente teniendo en cuenta los destinatarios. La moraleja es que con el Concejo no se juega y ojalá que los demás funcionarios aprendan en la experiencia ajena. Los dientes con los que cuentan los concejales son muy grandes, están bien afilados y han demostrado con creces que saben para qué, cuándo y cómo usarlos.
Se sabe que la Ley faculta a esta corporación pública para el control político y el cogobierno, lo lamentable es el silencio cómplice que reinó en la entidad durante administraciones anteriores, pese a que la ciudad se caía a pedazos, tal y como sucedió con el puente de Gabriel García, el edificio de los Quiroz o recientemente el balcón en la Plaza de la Aduana.
Resulta sospechoso que, a pesar del deplorable estado en que se encuentra la ciudad, el Concejo no haya tenido la gallardía de marginar de su cargo a algún secretario o funcionario de los tantos que pasaron por las diferentes administraciones. En más de una ocasión vi como, ante problemas puntuales de la ciudad, se rasgaban las vestiduras y lanzaban las más severas acusaciones contra los funcionarios citados, al punto de creer que realmente pasaría algo; que por fin el Concejo defendería a los ciudadanos contra la ineptitud o probada corrupción de aquellos funcionarios.
Pero que va, con el pasar de los días uno se daba cuenta que nada pasaba; que era puro show, que acabado el debate y enfriado el tema, el funcionario seguía en su cargo y los concejales conservaban sus OPS. Hasta se podría pensar que se trataba de puestas en escena para conseguir prebendas burocráticas o uno que otro contratico. Los más avezados, incluso, resultaban con ejemplares de la Divina Comedia o cualquier otro librito a la medida del buen gusto de nuestros honorables co-gobernantes.
Ojalá que en adelante este poder sancionatorio y de control con el que cuentan los concejales no quede siendo instrumentalizado para sus intereses y gritos lastimeros. Ojalá que herramientas como la moción de censura trasciendan las peroratas y discursos veintejulieros de los flemáticos concejales y se conviertan en mecanismos reales para, si es necesario, separar del cargo al funcionario que no esté cumpliendo a cabalidad con sus funciones o se extralimite en ellas.
Ojalá el Concejo de Cartagena de una vez por todas sea digno de representar a sus ciudadanos y no sea cómplice del continuado desfalco del que hemos sido víctimas todos los cartageneros, especialmente la gente más humilde, condenados a la miseria por una camarilla de bandidos, que los tienen viviendo en tugurios, con las escuelas cayéndose, los hospitales cerrados, las calles y vías ‘vueltas mierda’, solo para mantener sus honorables vidas llenas de lujos y comodidades. Ante tanta miserableza no hay retractación que valga.