El hombre ya transita por la tercera edad, y a los 66 años se pasea por el mundo con su título de “Príncipe de Gales”, propio del heredero al trono británico.
¿Qué hace Carlos? Nada, nada y nada. Toda su vida se ha dedicado a prepararse para ser el Rey de del Reino Unido, seguramente para hacerle honor al lema del título del Príncipe de Gales, un lema para destornillarse de la risa: “Ich dien” (Yo sirvo, en alemán).
Imagínense: Yo sirvo, y el hombre no sirve para nada, salvo para pasear. En eso sí es campeón. Con frecuencia los medios especializados en realeza registran que el príncipe Carlos “llegó a Australia para pasar sus vacaciones”, o a “Botswana para ir de cacería”, o a “Colombia para visitar a su amigo Juan Pa, el rey de la mermelada”…
Y lo tenemos en Cartagena. Vino acompañado de su esposa, la duquesa de Cornualles, doña Camila Parker, que así maluquita y todo, ha sido el amor de su vida, y el “cacho” que siempre le puso a la hermosa Diana de Gales, madre de sus hijos, también príncipes (ella también le adornó sus sienes con Dodi Al Fayed…)
¿Qué hace en Colombia”. Pues demostrar todo lo que es capaz: recibir honores militares, visitar al Presidente, firmar un libro por los 75 años del British Council de Colombia, ver un partido de rugby, sobrevolar la Macarena, visitar un centro de memoria, paz y reconciliación “como señal del apoyo del Reino Unido al proceso de paz”, comer chontaduro, panela, feijoa y cacao amazónico, y venir a Cartagena.
¿Qué hace en Cartagena? Haraganear al más fino estilo real: acudir a eventos dizque importantes… “conferencia internacional sobre cooperación centrada en la salud de los océanos. Posteriormente visitarán las instalaciones de la Guardia Costera y concluirán su viaje con una ceremonia de puesta del sol en el buque británico HMS Argyll, que atracará estos días en el puerto de Cartagena”.
Para nosotros los americanos hijos de la Independencia de hace 200 años, eso de tener rey o reina es un insulto; es irracional que por el solo hecho de ser hijo de fulano de tal, debamos pagarles impuestos y rendirles pleitesía sin ningún otro mérito. Pero los europeos están acostumbrados desde hace muchos siglos a tener reyes, y esa es una tradición de la cual los británicos en su gran mayoría están orgullosos y contentos. Que la familia real se chupe un dineral del presupuesto de los “citizens” y lo derroche en cenas, viajes y lujos, es todo un honor para los ingleses, galeses, escoceses e irlandeses.
Tanto así, que la reina Isabel II es la jefe de Estado de Canadá, Australia, Nueva Zelanda y muchos otros países que pertenecieron al otrora Imperio Británico, y son felices.
Pero en tratándose del heredero, la reina es sabia y prudente: ni p’al carajo le va a soltar el trono a semejante inepto… tendrá que esperar su muerte.
Despojado de su título o de su aureola real, el viejo Carlos es un man común y corriente, que nunca ganará un Nobel de Paz, ni un premio de literatura, ni un galardón en economía, ni nada, porque lo que ha hecho en su vida es dedicarse a ser Príncipe, el adorno costoso de una tradición. Un perfecto inútil.