¡Que nadie lave mis platos! – Opinión de Sandra Méndez

Por Sandra Méndez (Especial para Revista Zetta 20 años).-  A mis 31 años, nunca pasó por mi cabeza vivir  una pandemia. De verdad me creía invencible, nunca he estado hospitalizada, aunque sé lo que combatir por la vida en un hospital, con la sosobra de que al día siguiente alguien no volverá a respirar, me ha tocado cuidar enfermos y también he visto a familiares morir en casa.

El 8 de marzo, día en que notificaron el primer caso de COVID-19 en la ciudad, me morí del susto. Dije: ¡Ya llegó! Y desde ese día empecé a hablarle al presidente Iván Duque desde el televisor de mi casa, le decía ¿Qué esperas? Cierra las fronteras, decreta una cuarentena, ¿Qué te pasa Iván?. El miedo me agobiaba.

Por fin, el Presidente Iván Duque decretó el aislamiento preventivo obligatorio en todo el territorio nacional, la gente empezó a quedarse en casa, los que han tenido la posibilidad de hacerlo y uno que otro que no ha querido.

Por mi parte, me quedé en casa con mi hijo de 4 años, me volví ama de casa, trabajadora, profesora de kinder y psicóloga. Algo que me ha costado bastante, lidiar con todo esto no ha sido fácil para muchas familias, pero en ese nuevo estilo de vida que nos propone este temible virus, sin avizorarlo, encontré un ejercicio que me llevó al grado más alto de reflexión: lavar los platos.

Mientras inicié esta terapia, recordé a mi abuela, ella lavaba los platos en dos poncheras de electroplata y mientras yo la veía lavar los trastos, como le decía, también la veía hablando sola, no llegué a entender lo terapéutico que era hasta que me tocó enfrentar lo mismo.

Mientras lavo los platos, pienso en todo. Hago una y otra vez movimientos circulares hasta que queden bien limpios, los toco, los huelo, es más, ahora dejo acumular los del almuerzo y la cena para que me rinda más el ejercicio y hasta compré esponjas en paquetes de a tres por si desgantan demasiado rápido.

Durante mis sesiones, he  pensado en muchas cosas, primero en la cura contra el Coronavirus que están desarraollando en Inglaterra, en la universidad de Oxford, me pregunto si esa vacuna demorará mucho.

También en las advertencias y amenazas del Presidente Donald Trump en Estados Unidos, por primera vez estuve de acuerdo con él sobre la falta de decisión de la OMS en alertar a los  paises sobre lo altamente contagioso del virus y sobre las limitaciones que tiene esta organización; hasta se vienen pensamientos conspirativos de tanta información a la que estamos expuestos por estos días, todavía a mediados de enero, la OMS repetía la línea oficial China de que ‘no hay pruebas de contagio entre humanos’  para no estigmatizar a ese país y todo se salió de control por la falta de medidas drásticas. Bueno, solo son pensamientos.

Durante mis tardes de terapia, también le he preguntado a mis platos qué es lo mejor para mí, que me contagie ahora o que me contagie después, porque no sé que tal resultará el tan mencionado aislamiento inteligente ¿y si el sistema de salud colapsa? ¡Ay Dios mío!

También tengo claro que debo escribirle una carta a mi hijo por si no llego a sobrevivir al virus y si sobrevivo para leerla y que me quede de recuerdo.

El mundo evidentemente cambiará, las cosas no volverán a ser las mismas, pero mientras todo pasa, ¡que nadie lave mis platos!