Por Juan Carlos Gossaín Rognini (Especial para Revista Zetta 20 años).- La gran mayoría de colombianos tenemos un crédito de consumo, hipotecario, de vivienda o préstamo de vehículo. Debemos a los bancos el pago de las tarjetas de crédito, y muchos más tienen otras modalidades de deuda especializada como por ejemplo el leasing.
A la dramática realidad financiera que viven los estratos intermedios de la sociedad, hay que agregarles el peso de la carga fiscal: IVA, Retefuentes, Sobretasas, Prediales, Industria y Comercio, Parafiscales, rodamiento, impuesto al patrimonio y 4xmil, para sólo destacar los de doloroso uso común.
Todas las personas que en Colombia están sujetas a obligaciones fiscales y financieras, también pagan servicios públicos, matrículas escolares o universitarias y cobertura de salud. Muchos son los que asumen una nómina mensual de al menos uno o dos empleados.
La crisis epidemiológica ha venido a desmontar finalmente el mito de que en los estratos altos “todos” son ricos. Una percepción pugnazmente cultivada por ideólogos sectarios y populistas, enfrascados en sostener la diferencia de clases para obtener réditos políticos.
La cruda realidad, ajena a demagogias y por más irritación que pueda provocar, es que las comodidades de las que gozan algunos sectores sociales en Colombia derivan del excedente de los ingresos que mensualmente producen. Siendo el problema ahora, que no hay ni ingresos ni excedentes.
Son estos colombianos, que dicho sea de paso, también subsidian de diversas formas a sus compatriotas con menos posibilidades económicas, los que menor atención han merecido por parte de los tecnócratas sin barro ni espuelas que hoy regentan el país desde el gobierno.
Justas y necesarias han sido las medidas adoptadas para garantizar la sobrevivencia a la población de menores recursos, especialmente con el suministro de alimentos, pero no serán estas medidas por si solas, las que garanticen la sostenibilidad de la economía. Hace falta más fondo.
Sin entrar en mayores sobre la ineficaz operatividad de muchas de las medidas anunciadas en decretos inocuos, se podría resumir todo lo actuado señalando que ha sido más eficaz la apariencia que la consistencia.
El gobierno en todas sus esferas, nacional y regional, ha procurado con persistencia que los pobres no se alebresten en medio de la crisis, ignorando lo que cíclicamente la historia ha contado, que serán estos mismos pobres los que irán por sus cabezas después de la crisis.
Son muchas las voces de gentes pensantes que han anticipado lo que puede ocurrir. Para infortunio de ellos y de nosotros, ninguno cuenta con caja de resonancia suficiente para que el sonido de las alarmas se escuche entre tanto ruido de asesores defendiendo la imagen de los que les pagan.
Las medidas del gobierno, todas abstractamente dirigidas desde la nación al pueblo colombiano, no van a producir estabilidad económica. El asistencialismo per se, no produce desarrollo, solo aguanta temporalmente la insurrección y las revueltas.
Y en eso sí que tiene razón el gobierno, sabe perfectamente que los pequeños comerciantes, los microempresarios, el dueño de un restaurante o una ferretería, la señora que vende postres y los socios de una firma de arquitectos, esos no salen a tirar piedra. Ellos solamente se quiebran.
¿Qué hará entonces a futuro el gobierno para cubrir la subisidiaridad de las poblaciones vulnerables, cuando los que pagan esos subsidios ya no generen los ingresos que les permitían abastecer el recaudo público?
Por más torpes que parezcan, y si que sabemos cuanto se esfuerzan algunos miembros del gabinete ministerial no solo en aparentarlo, se sabe que existe un mínimo entendimiento de la encrucijada en que se encuentran. Para desgracia del país, ese conocimiento no implica coraje.
Tan claro es que lo saben, y tan evidente es su claudicación, que el Ministro de Hacienda, a la buena usanza de sus antecesores, ya propone sin pudor una nueva reforma para gravar a los mismos de siempre, nunca para apretar a los dueños de los bancos, llámense como se llamen.
Si en condiciones normales sostenerse implicaba un esfuerzo enorme para quienes hacen empresa, ninguna opción hay para soportar la tempestad sin que la banca privada financie o refinancie deudas y sin que el sector público neutralice a su perro de caza, el ministro Carrasquilla.
Son centenares de personas a las que cada uno de nosotros hemos escuchado relatar cómo las acciones financieras y de servicios bancarios que pomposamente fueron anunciadas en los medios, han resultado una falacia encubierta con la frase “estamos estudiando su caso”.
No es la economía a la que no se puede dejar caer, es a las personas, a la señora de la agencia de viajes, a la pareja que administra un hostal, al dueño de la farmacia, al vecino que vende computadores o al que tiene un lavadero de carros, a ellos, son a los que no pueden dejar caer.
Mientras que dentro del gobierno no tomen medidas obligatorias, y no lo harán, frente a los bancos, con el propósito específico de bajar tasas, y congelar deudas descontando los intereses causados durante la epidemia, no habrá más que esperar una lenta agonía económica para el país.
Decía el expresidente español Felipe González un poco antes del Covid-19, que la sostenibilidad del modelo económico que hoy nos rige va a fracasar y que las sociedades no soportarían una nueva crisis.
La conclusión entonces, y se me arruga el alma al pensarlo, es que posiblemente estemos, como también dijo el expresidente Gonzalez en otra ocasión, intentando salvar un mundo que ya hemos perdido.
El fatalismo no me sienta bien, pero tampoco quiero resignarme a ver qué todo ocurra sin antes haber compartido, aunque sea, la inquietud de mis desvelos, que es el mismo desvelo de otros.