Por Danilo Contreras – (Especial para Revista Zetta 20 años).- Hace algún tiempo incurrí en la audacia de publicar esta reflexión: “Pensando esto, he caído en cuenta que en diez mil años de civilización determinada por la agricultura, el ser humano solo ha vivido unos 425 años de democracia, sumados el periodo en que los griegos profesaron esta forma de gobierno y lo vivido desde la revolución francesa, hasta nuestros días. Así las cosas, durante 9.575 años de la historia documentada de los seres humanos hemos sido sometidos a la heteronomía de las tiranías y a la enajenación. Podría especular entonces que no estamos acostumbrados a la libertad. El sometimiento ha sido la constante del ser”. La impropiedad fue doble si se considera que además del atrevimiento de exponer esta conjetura, tal vez omití contabilizar entre los periodos en que la democracia se había intentado sobre la tierra, el brillante periodo de La República Romana. Pese a ello, persisto en la tesis que colegí del primer pensamiento y es que no estamos acostumbrado a la libertad que la democracia nos ofrece.
La democracia es una forma de gobierno compleja en tanto se propone acordar a millones de ciudadanos con el fin de depositar el gobierno de la sociedad en un puñado reducido de ellos, con la finalidad de que estos actualicen los principios básicos, plasmados de manera prístina en el artículo 16 de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano que vió luz en la revolucionaria París de los postreros años del siglo de la enciclopedia, esto es, división de los poderes públicos y garantía de los derechos fundamentales de los ciudadanos en condiciones de igualdad.
Por los altos propósitos que pregona, la democracia resulta ser costosa en términos económicos. Garantizar el buen funcionamiento de los poderes públicos y proveer derechos fundamentales a los ciudadanos sin que prevalezcan los privilegios, vale, literalmente, un Potosí.
Sin embargo la experiencia empírica y la observación histórica nos permite concluir que la democracia, que es fundamentalmente una construcción política en permanente agitación y asediada por los más disimiles enemigos, es posible en la realidad concreta.
La revista The Economist publica año tras año un índice de países democráticos entre unas 167 naciones de mundo, basado en sesenta indicadores que se agrupan en cinco diferentes categorías: proceso electoral y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación política y cultura política.
Entre las 10 primeras naciones mejor calificadas en ese ranking para el año 2018 se cuentan en su orden: Noruega, Islandia, Suecia, Nueva Zelanda, Finlandia, Irlanda, Dinamarca, Canadá Australia, Suiza. Varias de estas naciones presentan la particularidad de estar gobernadas hoy por mujeres y por haber domeñado, si eso es posible, la pandemia. Lo han hecho garantizando acceso al sistema sanitario, cultura ciudadana democrática y disciplinada, satisfacción de necesidades vitales de cada ciudadano, como comida, techo, entre otras.
La historia del triunfo de estas democracias es reciente. Thomas Piketty, en su Capital e Ideología, lo reseña así: “Numerosos estudios han demostrado que el ascenso del Estado fiscal no sólo no impidió el crecimiento económico, sino que, por el contrario, fue un elemento central del proceso de modernización y de la estrategia de desarrollo llevada a cabo en Europa y Estados Unidos durante el siglo XX. Los nuevos ingresos fiscales permitieron financiar gastos esenciales para el desarrollo, en particular una inversión masiva y relativamente igualitaria en educación y sanidad, así como gastos esenciales para hacer frente al envejecimiento y estabilizar la economía y la sociedad en caso de recesión”.
Al momento de escribir esta nota no ha concluido la “Donatón” promovida por el gobernador Vicente Blel y el alcalde William Dau, pero desde la noche anterior puede reseñarse que se ha cumplido con creces y ahora se aspira a duplicar la meta de recaudación que inicialmente estaba cuantificada en $8 mil millones. Buenas noticias, pues lo recogido alcanzará para paliar en Bolívar y en su capital, las consecuencias de esta debacle a cuenta gotas que nos ha ocasionado un enemigo que no alcanzamos a ver pero que esta allí, para sumarse a otros enemigos del bienestar social. Empero, las buenas noticias generalmente no son noticias definitivas y en consecuencia es preciso seguir luchando y preparándose para lo que sigue.
La inédita jornada de solidaridad reseñada, genera algunas inquietudes frente a la discusión de fondo relacionada con el origen de los recursos que van a requerirse, no solo para paliar la pandemia, sino en el mediano y largo plazo, para dar solución a sus consecuencias y a las desigualdades que han quedado vergonzosamente desnudadas en estos días azarosos. He agitado la idea, siguiendo el criterio de muchos otros con mayor autoridad y capacidad argumentativa, de que es preciso adoptar en el nivel local y departamental, una política de progresividad fiscal que modifique, hacia arriba, las tarifas de algunos tributos que pagan los patrimonios más concentrados y las propiedades inmobiliarias más costosas del decil de los superricos de Cartagena y Bolívar. Me refiero al ICA, IPU a nivel distrital o el impuesto de Registro en el nivel departamental, verbigracia.
Sin intención de demeritar el éxito de la jornada de “Donatón” y solo para los fines de alimentar el debate público, traigo a cuento otras consideraciones de Piketty a este respecto: “Concluyamos precisando que la actual ideología mertitocrática va de la mano de un discurso de exaltación de empresarios y multimillonarios…Algunos parecen considerar que Bill Gates, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg inventaron ellos mismos los ordenadores, los libros y los amigos, respectivamente. Da la impresión de que nunca serán lo suficientemente ricos y que la gente humilde del planeta nunca podrá agradecerles lo bastante por lo que han hecho por los demás”. Y luego agrega: “El problema es que el discurso filantrópico a veces se utiliza al servicio de una ideología anti-Estado particularmente peligrosa. Es el caso de los países pobres, en los que la sustitución del Estado a cargo de la filantropía contribuye a su empobrecimiento”. Y concluye: “En la practica, las donaciones están extremadamente concentradas entre los más ricos, que a menudo se benefician de ventajas fiscales extremadamente importantes”.
Tengo la opinión de que la más genuina solidaridad social, probada en los terrenos de la historia universal radica en la justicia de un sistema de progresividad fiscal en el que los más privilegiados de la sociedad contribuyen a la redistribución de la riqueza con impuestos al capital concentrado.
La invitación al Alcalde Dau y al gobernador Blel, cuyos liderazgos se han visto resaltados con la campaña del “Donatón”, le propongan a los segmentos de la economía que más concentran el capital y en general a toda la ciudadanía, un “nuevo trato”, “un nuevo pacto social” a partir de un sistema de progresividad fiscal que redunde en garantía del derecho a la salud, educación, seguridad social y en general que tienda a alcanzar el Estado de Bienestar que otras sociedades han logrado en el mundo. Ese “nuevo trato” debe fundarse, obviamente, sobre el manejo honesto y transparente de los recursos públicos.
Presiento que no seré atendido por los mandatarios, seguramente no leerán esta nota, pero al menos espero que los escasos conciudadanos que quizás la lean, dejen sembrada en su mente la semilla de un escepticismo constructivo de una nueva realidad. Habrá que luchar por eso.