Memorias de una mamá en cuarentena – Artículo de Jerly Calvo

La cuarentena multiplicó las tareas dentro de casa y ha supuesto, sin duda, una carga adicional para muchas mujeres que ya teníamos la lidia de combinar lo profesional con el rol de ser madres. No ha sido fácil cumplir con los quehaceres de un hogar, el rol profesional y, de paso, la atención de los hijos. 

Por Jerly Calvo Licero (Especial para Revista Zetta 20 años).-  Hubo una mañana, en mitad de una pandemia, dentro de un apartamento, en la que el miedo fue más fuerte, en la que el miedo me abrazó. Esa mañana desperté y tuve la misma sensación que se tiene cuando se pierde a alguien.

¿Pero qué estaba perdiendo? ¿A qué podía temerle? Confieso que no tuve mucha claridad para, siquiera, preguntarme algo con cierta lógica y entender lo que me ocurría.

A pocos metros tenía a dos niñas que dormían plácidas en sus camas. Una pila de platos para lavar, una ropa para doblar, la escoba para pasar, una carne para descongelar, un agua para hervir teteros, un tarro de cloro, un portátil con correos, una cama para tender, un celular sonando. Y yo ahí, de pie, frente a un espejo. También estaba yo para atenderme, responsable de un montón de cosas, responsable de estar bien, responsable de cuidar, de cumplir y cumplir con todo al final del día.

Pero estaba mi miedo ahí, latente. Una pandemia jamás había estado en mis pensamientos más locos. Ninguna de mis pesadillas me había obligado a vivir la experiencia de una cuarentena obligatoria. Ahora todo era una realidad. Era mi realidad y la de todo un país. ¡Qué digo país! Era la realidad mundial. El mundo en pleno arrinconado. Una crisis global que nos puso contra las cuerdas. Así sin más.

Pero a Victoria (6) y Emilia (2), mis hijas, para qué las iba a confundir, para qué las iba a atormentar. El miedo me estaba ganando y, a eso, debía sumarle una ansiedad de hierro, pesada como ella sola, que me mantenía elevada y prendida de las uñas de mis manos.

Mientras luchaba contra la ansiedad (a ratos podía, a ratos me daba por vencida), me veía ahí sonriendo para mis hijas, bailando con ellas, procurando una tarde amena, diciendo si a todo, improvisando juegos y manualidades, intentando divertirlas y disimulando mi miedo y esa incertidumbre que sigue aquí, que no se va.

El aislamiento social, preventivo y obligatorio te deja sola y de frente a una realidad cruda, te suma responsabilidades, te suma cargas y pesos pesados que no merman. La cuarentena multiplicó las tareas dentro de casa. La mía ha tenido todos los altibajos posibles. Hay días caóticos, hay días esperanzadores, hay días tranquilos, hay otros agotadores. Hay días de días. Cuando todo esto sea un recuerdo me quedarán paisajes bonitos y, en todos, estarán presentes ellas.

Hay una tarde en la que bailan una canción pegajosa, en portugués, de un video de Youtube; hay otra en la que veo a Emilia sonriendo y diciéndome «mamá» varias veces en un minuto; tengo en mis manos el olor del jabón con el que lavo los platos varias veces al día; escucho el sonido del agua de la ducha cayendo a una bañera, mientras yo, desde la cocina, hiervo el agua que luego usaré para bañar a la menor, que está con tos; tengo calor; tengo ganas de gritar; tengo a mis hijas peleando por una témpera mientras yo me siento unos minutos en una silla frente a la ventana; tengo los pies resecos y muchas, muchas ganas de no hacer nada, de mirar al techo. ¿Se puede? ¿Existe una pausa?

El rol de una madre lo respeto, lo asumo, lo valoro y lo he entendido (hasta la médula, lo juro) desde aquella mañana de domingo en la que me convertí en madre de una niña, de mi hija Victoria. Y justamente ahora, en esta coyuntura, ella y su hermanita han sido mis maestras, mi luz en el camino.

La cuarentena por la COVID-19 ha supuesto, sin duda, una carga adicional para las mujeres que ya teníamos la lidia de combinar lo profesional con el rol de ser madres. No ha sido fácil cumplir con los quehaceres de un hogar, con el rol profesional y, de paso, la atención de los hijos. Pero no puedo evitar sentirme privilegiada. Tengo a mis hijas todo el tiempo. Ellas aún no dimensionan lo que pasa afuera. Son pequeñas y, por ahora, creo que disfrutan plenamente el estar con sus padres.

Este aislamiento, sin duda, me enseña más. Habrá que tener paciencia. Falta mucho para que todo esto pase.

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