Por Juan Carlos Gossaín (Especial para Revista Zetta 20 años).- En un pasaje del fantástico relato que es La Odisea, Ulises, el mítico héroe griego, nos cuenta que al bajar al Tártaro, un tormentoso sitio de eterno sufrimiento muy similar a nuestro infierno católico, pudo ver por un momento a Sísifo, que soportaba pesados dolores en cumplimiento del castigo que los dioses le habían impuesto.
Sísifo es un referente del arte y la literatura, son muchas las obras que dan cuenta de su desgarrada existencia y ha sido objeto de innumerables estudios que lo relacionan con aspectos y situaciones inherentes a la condición humana.
El relato mitológico de Sísifo es el de un hombre condenado a arrastrar cuesta arriba de una montaña una enorme roca que al final del ascenso, casi en la cima, debe dejarla caer hasta la llanura, para luego comenzar nuevamente su labor en infinito, de subir la roca.
En la mayoría de las interpretaciones realizadas por quienes han fijado su atracción en el relato, se propone una alegoría de la resignación, de la pérdida, del camino duro que también todos los hombres, huérfanos de inmortalidad, recorremos de tropiezo en tropiezo. Se habla de la persistencia sin ilusión a la que nos obliga el inexorable destino, o quizás, el desvarío de la justicia en manos de dioses atrabiliarios.
Sobre este personaje, también el Nobel Albert Camus, muy recordado en estos días de pandemia, escribió un ensayo cuyo atractivo literario recae en el distanciamiento que toma de la perspectiva del castigo. Camus prefiere en su ensayo indagar en los pensamientos de Sísifo, e imaginarlo no resignado, no claudicante frente a la tarea que le han asignado.
Camus piensa más bien en un Sísifo retador, haciéndose dueño y no objeto de su destino, sintiéndose incluso feliz con el esfuerzo que debe realizar. Es el hombre rebelde que se enfrenta al mundo que lo rodea y no lo niega ni lo rechaza. En la perpetua consciencia de la inutilidad de su existencia, asume vivir.
Con esa bocanada de aliento fresco que nos ofrece Camus al considerar la historia en un ánimo distinto al de la amarga obligación, me atrevo también a variar lo que nos han contado, y suponer, por qué no, que no es la misma roca la que día tras día el hombre castigado empuja.
La victoria de Sísifo sobre sus castigadores está resuelta en la complacencia, únicamente suya, de llegar hasta la cima, con sus fuerzas al límite, y una vez arriba abandonar esa roca que ha movido a punta de voluntad. Cuando Sísifo desciende, va placido, sonriendo porque una vez más lo ha logrado. La siguiente roca mañana tendrá un nuevo esfuerzo.
Escribo esto pensando en que somos una gran mayoría de colombianos los que por estos días subimos la pendiente, y todo parece indicar que será incierto el número de días que tendremos que seguir haciéndolo. En estos tiempos de agobio, el dios coronavirus nos ha vuelto a todos como Sísifo. El castigo de la zozobra es nuestra roca.
Ha sido loable todo el andamiaje de solidaridad con ayudas materiales y mensajes de esperanza con que nos hemos acompañado estas últimas semanas, de una u otra forma hasta las medidas del gobierno nos han significado alivios, pero todo eso será pasajero y en unos meses cada quien seguirá enfrentado a las obligaciones aplazadas y a las nuevas realidades que el tiempo trémulo de la pos pandemia nos traerá.
Va a ser duro leerlo, pero me siento en el deber de decirlo, a Sísifo nadie lo aplaudía ni en las noches escuchaba el sonar de cacerolas dándole respaldo. No obtuvo beneficios por ninguna de las piedras que llevó hasta la cúspide, nadie lo llamó por las tardes a preguntarle cómo estaba o para hacerle algo de compañía, ni le dijeron que los martes de cada semana los nombres terminados en O no subirían rocas a la montaña.
Estoy seguro de que vamos a salir adelante, nuestros padres y abuelos hicieron un país con menos de lo que ahora tenemos, pero lo lograron con su propio esfuerzo, a golpe de sacrificios, renaciendo con goce después de cada lucha, con sus muertos enterrados y llorados, con sus hijos al hombro, con tristezas, pero sin quejas. Cada uno de ellos, como Sísifo.
Aquí no hay de otra, el futuro próximo no será mejor que el presente, así que mientras más pronto ajustemos expectativas, con más precisión estaremos actuando. La realidad tiene que vivirse primeramente con lo qué hay a la mano, después con lo que consigamos.
Por eso, una de las tareas más exigentes que tendremos que resolver, consistirá en liberarnos emocionalmente de todas las personas que pretendan devolvernos a las divisiones políticas y sociales. En esta ocasión nos toca ir todos juntos, con diferencias, pero sin ataques.
Los mitos griegos se construían para darle un tono de exaltación a los valores e ideales que contribuían a su concepto de sociedad. Con tantas exigencias como tiene el mundo moderno, los mitos desaparecieron y algunos valores fueron sustituidos, las ideas cambiadas por las ideologías. En esta reconstrucción social habrá que desempolvar valores como la templanza, la sensatez y la responsabilidad si queremos prevalecer como realidad y no terminar como un mito.
Al final, la vida no está hecha solo de buenos momentos, no vivimos celebrando victorias, sino superando derrotas. Eso era lo que Sísifo hacia todos los días.