Por John Zamora (Director de Revista Zetta 20 años).- Los escenarios son inviables. No habrá destitución ni revocatoria del alcalde William Dau, quien estará los cuatro años completos al frente de la Alcaldía de Cartagena, salvo que su voluntad propia, la Fiscalía o la de Dios digan otra cosa.
Los dos escenarios eran acariciados tanto por malquerientes y opositores, como por afines que deseaban llegar por la vía del encargo al poder, así fuere por un día. Pero ambas figuras, que no “aplican” para Dau, fueron mencionadas en los últimos días por cuenta de los movimientos de revocatoria a los alcaldes de Bogotá y Medellín, y una decisión que favoreció al desastroso excalde Petro.
La primera -de la destitución- quedó enmochilada en virtud de la decisión de la Corte Interamericana de Drechos Humanos en el caso del susodicho exalcalde de Bogotá, lo que tiene a la Procuraduría con un instrumento menos en su lucha contra la corrupción y la ineficiencia administrativa. En otras palabras, ya Fernando Carrillo no puede destituir a William Dau, y el alcalde puede seguir cantándole la tabla con toda la locuacidad que su inspiración le dicte.
La segunda -de la revocatoria del mandato- es sencillamente imposible de aplicar. Hay dos razones que sustentan esa inviabilidad.
Por una parte, las normas que regulan la revocatoria del mandato están diseñadas mas para la “ratificatoria” y son muy difíciles de cumplir. Aún así, en el entorno de Bogotá o Medellín podrían abrirse paso debido a la enconada división citadina sumada al palmario incumplimiento de sus gobernantes.
En el caso de Cartagena las voces de la revocatoria son minúsculas y de bajo volumen. Realmente nadie la pide a gritos, y no hay un colectivo que aglutine con legitimidad en la causa. Después de tanta interinidad, lo que menos requiere la salud política de Cartagena es otra interinidad.
Además, algo que se le critió a Dau con sesudos argumentos, opera a su favor: su propuesta de gobierno se redujo a lucha contra los malandrines. Al no poder esperar de Dau una obra de gran estadista moderno, sino el policía cazando ratones, está cumpliendo y no hay motivo de revocatoria.
Así que eso no va: ni revocatoria ni destitución.
Serán cuatro años en los que ya se sirvió el desayuno y se sabe como será el almuerzo. Un gobernante sectario, incapaz de tender puentes con sectores que no se arrodillen, auspiciador de neo empresas políticas que están cultivando con clientelismo plataformas para el Congreso, divisor social, aislado del gobierno nacional, sordo, camorrero, en fin.
Quedará ver qué áreas de la Administración son las que asumirán el papel de tender puentes con la ciudad y cuáles segurián el plan autoritario en los tres años y cuatro meses que faltan.
Pese a ello, no se puede perder la esperanza que llegue un halo de sensatez y el alcalde abra un oído a voces con alto sentido de la responsabilidad ciudadana, y escuche menos a quienes lo usan para sus más bajos fines políticos. Sin destitución ni revocatoria, ojalá se abran los espacios para la ciudad cuya mayoría no es malandrina ni monotémática ni obsesivo-colpulsiva, y quiere trabajar ahora que la reactivación lo exige. Cartagena no está para más divisiones, como la inadmisible que pregona la discreta directora del IPCC al calificar a toda crítica como de origen racista, clasista o aporofóbico. Destituyamos el sectarismo, revoquemos el malandrinismo.