“Al bajar el agua suben las rocas” – Opinión de Horacio Cárcamo

Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 21 de mayo 2021.- Los jóvenes que hoy se insurreccionan en las calles contra el establecimiento son los herederos de José María Carbonell y de Policarpa Salavarrieta, líderes de la expresión de rebeldía contra la tiranía de la Colonia. No son vándalos ni desadaptados, son los nuevos actores sociales que reclaman con arrojo y carácter se les atienda y reconozca como protagonista de su propio devenir y el de la patria. 

Los muchachos que convirtieron en tribuna las calles e improvisaron en cada plaza un ágora de la democracia retando, no solo, la letalidad de la Covid-19, sino la brutalidad de la fuerza pública representan la dignidad del pueblo colombiano. Martí nos recuerda que cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres y son estos últimos quienes se rebelan con fuerza para devolverle al pueblo su libertad; son nuestros jóvenes que en estos 21 días de resistencia social nos han dado un ejemplo de coraje sin antecedentes en la historia reciente del país. 

Y en eso andan estos gladiadores a quienes le robaron el futuro pero se baten con consignas para no dejarse quitar la esperanza. Ahí el retumbar de los tambores entrados en la marcha, los gritos de los muchachos que, como en la canción, llevan un pueblo en la voz para que oigan y atiendan quienes pensaban que los podían invisibilizar para siempre. Ahora en la nueva narrativa del establecimiento resulta que reclamar educación, salud, vivienda, oportunidades de trabajo para ascender en la escala social o por comida en un país de 21 millones de pobres y 7 millones de personas que medio se alimentan comiendo una y no más de dos comidas al día, donde más del 60% de los trabajadores viven del rebusque con ingresos inferiores a la mitad de un salario mínimo mensual  es conspirar contra el gobierno o contra quienes se hacen llamar “gente de bien” y se abogan el derecho a disparar sus armas contra los marchantes.

Con la hipótesis de la conspiración quienes tienen el deber de velar por el bienestar del pueblo bien como gobierno o dirigencia pública o privada prefieren concentrar el mayor esfuerzo descalificando el petitorio social de los jóvenes con enrevesadas teorías fascistas como la de la revolución molecular disipada o aquella trillada del castrochavismo con la cual, según sus entusiastas, Maduro pretende instaurar el socialismo del siglo XXI en el mundo. Con tanta amplificación de estas hipótesis descabelladas no sabemos si se trata de idos o ignorantes. 

En todo caso nunca imaginaron que mientras ellos tocaban la lira en los grandes salones del poder en la calle, movidos por una decisión individual y silenciosa se convocaban jóvenes universitarios con los de las esquinas de barrios a quienes identificaba el futuro incierto en ciernes, el mismo del país nacional del que hablaba Gaitán cada vez más pauperizado. Pero también de los cerros bajaron los excluidos y se convirtieron todos en los nuevos actores sociales del activismo reivindicatorio que junto a otros históricos como el movimiento sindical, el campesino y los indígenas son los protagonistas de la primavera colombiana. 

Los jóvenes indignados se atrevieron cuestionar con las movilizaciones pacíficas las miserias de un sistema político y un modelo de desarrollo que esclaviza a los trabajadores y premia al capital a costa del sacrificio humano. Son los jóvenes de Colombia quienes le han advertido a las instituciones de una democracia degenerada y cada vez más autista y corrupta que el pueblo no delega, ni su voluntad política, ni la soberanía popular. Por eso desautorizo en la calle la reforma tributaria y la reforma a la salud que los partidos políticos y el gobierno convencidos de una representación absoluta pretendieron tramitar en el Congreso de la República.  Ahora para distorsionar la verdad, como si nadie supiera, como si a la calle se le puede engañar quieren hacer creer que todo iba bien y lo daño la pandemia. La pandemia solo empeoro lo que ya era grave y cada vez más insostenible. Aristóteles advertía a los gobernantes que en democracia el poder lo tiene el pueblo y que para evitar las revoluciones tenían que esmerarse por su felicidad. 

Nuestra democracia está en crisis, tanto es así que no solo la gente se encuentra físicamente pasando hambre, sino que además el 33% de nuestros jóvenes ni estudian, ni trabajan y los que logran trabajar en su mayoría lo hacen en trabajos informales y los que logran ir a la universidad y graduarse no consiguen trabajo para desempeñarse en su profesión o son tercerizados como sucede en el sector salud. Pero también está enferma; no puede preciarse de democrático un Estado que asesina a sus jóvenes, los desaparece, los hiere o viola a sus mujeres en respuesta a la justa protesta social, como sucedía en las peores dictaduras del cono sur. Para apuntalar el miedo plomo es lo que hay, advierten a los jóvenes indignados quienes se hacen llamar “lgente de bien”.

Con la frase de Su Shí escritor y poeta extraordinario de la dinastía Sóng, “al bajar las aguas suben las rocas”, se expresa que tarde o temprano las verdades salen a luz. Cuando la historia se escriba con la imparcialidad del tiempo y sin la narrativa de los medios de prensa dependiente Colombia recordará el M-M-21, la masacre de mayo del año 2021, cuando mataron, desaparecieron, hirieron y violaron mujeres por reclamar justicia y libertad en el segundo país más desigual e inequitativo de América Latina.