Por Manuel Lozano Pineda (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 6 de junio de 2021.- Llegar y presentarse una y otra vez; repetir lo mismo con afecto, dar instrucciones en clases y ser consciente que en muy poco tiempo los estudiantes olvidarán todo lo que les has enseñado, inclusive hasta tú nombre, es una experiencia que podría resultar frustrante, pero para Carolina Orozco Triana esta rutina fue todo lo contrario: le enseñó, entre otras cosas, a valorar más el presente.
Orozco Triana es una cartagenera que llegó a París, Francia, en 2000 con el plan de estudiar el idioma y regresar a su ciudad natal a seguir la carrera de Economía que había empezado en la Universidad de Cartagena; sin embargo, pudo más el pasado en el que tenía un camino recorrido y el que la impulsó a construir la experiencia, que 21 años después, y por estos días, la tiene “bailando en un solo pie”. Actualmente tiene importantes proyectos en Francia, con artistas del Congo, y ahora uno en especial inspirado en Benkos Biohó, el líder esclavo rebelde que se enfrentó al Nuevo Reino de Granada en el siglo XVII y fundó un palenque.
Los inicios
Carolina empezó bailando en el colegio Nuestra Señora en la Candelaria en Cartagena. Recuerda, con la complicidad de sus padres, haber actuado en la mayoría de los cumpleaños de la rectora, jornadas culturales y cualquier oportunidad que se le presentara.
Sus cualidades artísticas le abrieron las puertas para fortalecer la pasión que rápidamente se convirtió en una rutina de 13 años. De los 4 a los 17 años aprendió a fortalecer su disciplina con las técnicas en la Academia de Danza de Los Cisnes.
Cuenta que mientras mucha amigas salían a divertirse los fines de semana, ella hacía lo mismo, pero en las largas jornadas de entrenamiento para la presentación del colegio o de su escuela de baile.
La danza era lo suyo: su madre soñó con ser bailarina, en el colegio la tenían en cuenta en la mayoría de los eventos y su experiencia en la Academia Los Cisnes le habían marcado el camino a seguir. Ya parecía tener todo claro; pero no, por sugerencia de sus padres se inscribió en la Facultad de Economía. Luego, ellos mismos le brindaron la oportunidad de enviarla donde una tía a estudiar el francés a París, con la consigna de volver 12 meses después.
Así fue, volvió, pero a los tres años. A esa altura de la historia, a sus 20 años, Carolina ya había tomado talleres y dominaba la danza árabe como si fuera una de ellas, y por supuesto, hablaba el francés.
Luego se fue a México, allí siguió trabajando en danza arabe durante un año, después se fue a Ecuador donde estuvo enseñando lo que aprendió en Francia; allí, fue profesora en varias ciudades y en las Islas Galápagos. Volvió a México, y poco tiempo después regresó nuevamente a París. Su recorrido continúo en Siria, en Damasco, donde estudió y se inició en lengua árabe, sobre todo en la caligrafía, para inspirarse en los movimientos de la escritura.
Más adelante, estuvo en Egipto gracias a un concurso de danza árabe que se ganó en Colombia para representar el país. Su periplo continuó en la India, aprendiendo sus bailes y sus costumbres.Regresó a Colombia y ahora está en Francia
“No me gusta coleccionar cosas” dice. “Viajando, estudiando y bailando encuentro lo que quiero», agrega esta cartagenera criada en el barrio San Pedro y quien dice que París le enseñó que no se puede visitar sin agendar y a disfrutar por momentos de la soledad en el cine o cenando en un restaurante.
Los adultos mayores
En uno de sus ires y venires a París tuvo la experiencia de estar en una organización, en el Estudio Mediación Coreográfica, de la Escuela Free Dance Song, donde parte del trabajo era compartir la danza en sitios poco convencionales.
“Ellos necesitaban una artista bailarina que atendiera a adultos mayores con Alzheimer. Hice una audición. Estaban buscando alguien que no tuviera experiencias en terapias, precisaban de alguien más espontáneo que les ayudara a tener momentos especiales».
“Dicté durante tres años, todos los lunes, clases de salsa y otras danzas. La primera barrera que superé fue la del trato, los ‘tuteaba’, eso me ayudó a acercarlos para las indicaciones”.
“Las instrucciones en clase se les olvidaban en pocas horas, y cada encuentro era como la primera vez. Me presentaba y todo se volvía a repetir. A la siguiente clase volvía a empezar. Como si nada hubiera pasado. Esta rutina se convirtió en la mejor lección para valorar el ahora, para disfrutar el presente, y sobre todo para apreciar más la edad, a mis padres, abuelos y a las personas mayores. Fue productivo y exigente trabajar con pacientes con Alzheimer. Hubo un momento en que uno de ellos me miraba con detenimiento y me preguntaba “¿Yo a ti te conozco?”.
La pandemia
En 2020 Carolina tenía un año de haber regresado a París. Había estado en Colombia. En ese momento los proyectos y contratos se estaban multiplicando. Aparecían nuevos amigos, compañías de danzas, audiciones y montajes.
“Al principio del año pasado estaba trabajando con una argentina en música y danza, comparsas afroporteñas . Íbamos a organizar una serie de eventos en las calles de una comuna en la periferia de París. Yo dictaba a los niños de la zona un taller de percusión corporal».
“Tenía en mi agenda ir a Colombia en julio con un grupo de danza contemporánea, La Mangrove. Yo sería la anfitriona cultural y la encargada de guiarlos. Iríamos con “Esperanza” un proyecto de baile, fotografía y música. En esa experiencia parte de mi responsabilidad era despertarles el interés por Colombia y el Caribe”.
“Por esos días también trabajaba con un grupo de la India y teníamos un montaje para los adultos mayores”, detalla Carolina.
En medio de las buenas noticias que iban apareciendo, la rutina de los franceses se vio interrumpida por la Covid. El 17 de marzo de 2020 cuando el país entró en confinamiento, Macron, el presidente, lo anunció como una guerra. La epidemia aumentaba de manera acelerada, para ese momento eran 127 muertes y 5.423 casos confirmados. “No luchamos contra ningún ejército, ni contra otra nación, pero el enemigo está ahí, invisible, inasible, progresando”, decía el Jefe de Estado.
“Mientras entendíamos que estaba pasando, las preocupaciones crecían. En Francia los artistas tenemos un estatus particular, y para obtenerlo es necesario acumular 507 horas de trabajo que el Ministerio de Cultura te avala”, explica Carolina.
Se estima que 1,3 millones de personas trabajan en el sector cultural en Francia. Para obtener el estatus de «intermitente del espectáculo» es necesario haber trabajado esas 507 horas durante un año. Una vez al día con esto, el trabajador del sector cultural recibe una ayuda del Estado. Cada año mantener o lograr el estatus es motivo de celebración y de orgullo.
“Desconectarnos físicamente no fue fácil y más para un artista. En ese periodo entré en un estado de introspección, tratando de redefinir lo que quería; eso me hizo adquirir más madurez y finura en mi propuesta artística. Entendí que para crear se necesita coraje. El momento te exigía adaptarse. Por eso virtualmente empecé a retomar y hacer nuevos contactos. Uno de ellos fue con un grupo de Italia el maestro Raul Iaza, con el cual he logrado crecer como artista”.
También fui seleccionada por el reconocido coreógrafo del Congo DeLaVallet Bidiefono, uno de los más importantes de África, quien me dio la oportunidad de hacer parte de su nueva obra. El proyecto era también con el contra- tenor Serge Kakudji, un cantante de ópera de Congo. Gracias a esa compañía fui a una residencia artística durante 20 días en Bruselas, Bélgica. Todo marchaba bien”, cuenta la cartagenera.
El 10 de mayo de 2020 el confinamiento en Francia se levantó y todos volvieron a salir. Pero la segunda ola llegó y el 28 de octubre regresaron las restricciones, y con ellas las exigencias de los franceses y especialmente la de los artistas.
“Yo había pasado por una experiencia en un proyecto en Bélgica en agosto de 2020, y gracias a ella y a la compañía de Dellavallet, me propusieron hacer parte de otra creación. “Utopía” una ambiciosa propuesta de danza contemporánea en París.
“Tenía planes de irme a Punta Negra, (Pointe Noire, Congo) una ciudad costera a la cual íbamos a seguir con la residencia artística… pero llegó nuevamente el confinamiento …y todo se cayó. Eso fue terrible. Las fronteras con el Congo se habían cerrado y lo que teníamos planeado no se pudo dar”.
En diciembre vuelve y juega, las restricciones se acaban, pero no tardaría un poco más de un mes, en enero, en llegar la tercera ola.
“Teníamos en abril una gira nacional que no se pudo cumplir pues volvieron a cerrar los lugares. Los franceses salieron a las calles y los sindicatos de artistas se fueron a huelga, pues el estatus de artistas y los técnicos del sector peligraban y necesitaban trabajar. Yo a pesar de tener horas suficientes para mantener el estatus, salí apoyar la causa…. Al final tenemos que aprender a convivir con el virus, no podemos parar. Hace poco empezó el desconfinamiento, y estamos avanzando en el camino a la nueva normalidad” .
Benkos Biohó
«Actualmente sigo colaborando con la Compañía La Mangrove dirigida por Delphine Cammal que tiene su sede en las antillas francesas; con ellos tengo un performances».
«La idea con este proyecto es que los performances sean un museo abierto, para que el arte sea de fácil acceso, que le llegue a todos, no solo en los teatros. En París, hay montajes en todos lados, es algo normal . El arte se tiene que adaptar a todo, nos tenemos que moldear ante cualquier situación».
“Si hay algo que recuerdo de Cartagena, es la gente bailando en cualquier escenario y circustancia. En las plazas, en las calles. Cartagena para mi tiene los mejores artistas, hay muchísimo potencial, pero las condiciones para ellos son muy difíciles. Muchos bailan con hambre, con sed; para ellos la pasión de la danza es un medio de expresarse, es una catarsis, una forma de protesta. Donde quiera que vaya siempre están presentes. Cada vez que bailo, siempre llevo conmigo esa energía.
«Al inicio de la pandemia, con el confinamiento y mi propia privación de libertad y después de la lectura «La Ceiba de la Memoria «de Roberto Burgos Cantor, inicié una conversación con Benkos Biohó. Mientras repasaba las descripciones y la narración que hace el autor sentía que debía hacer algo con esa historia.
«Por eso estoy desarrollando la obra ‘Apátrida’, un poema performativo ‘ in situ’ que cuestiona la libertad a través de Cartagena de Indias, una ciudad donde su mestizaje es mi punto de partida y el comienzo de un ser híbrido; una búsqueda entre gesto, voz y actuación. ¿Ser apátrida es sinónimo de libertad? No pertenecer a un estado ¿es libertad? La cuestión de la identidad como movimiento permanente, un hilo que evoluciona con una narrativa corporal.
«Quiero hacer una conversación con Benkos y Roberto Burgos Cantor donde se escuche ese grito de dolor, el cual lo estaba viviendo de alguna manera por la privación de la libertad, la frustración, el desarraigo. No podía salir de Francia, no me dejaban salir de casa, no podía visitar a mi familia».
«Durante 3 meses sin salir, pude entender la importancia y el valor de la Libertad. La libertad de todo, de pensamiento, política, de circular…de sentirse libres».
«Benkos lo vivió de una manera terrible, entendí sus luchas. Este libro me motivó y me impulsó a diseñar esta obra que espero presentar muy pronto, pero antes debo visitar Cartagena y Palenque; reconectarme con el libro para profundizar sobre Benkos, y nuestras raíces desde la mirada de la danza. Esa es la nueva experiencia que quiero vivir ahora e iniciar mi primer documental que describa las huellas de Benkos hasta África.