Una democracia secuestrada – Opinión de Horacio Cárcamo Álvarez

Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 10 de junio de 2021.- Desde cuando se comenzó presionar por una negociación entre el comité del paro y el gobierno se ha venido especulando con que la estrategia de éste último sería la de no acceder a sentarse en una mesa de negociaciones, si lo hacía no llegar a ningún acuerdo y si se acordaba algo no honrar la palabra con el cumplimiento de lo convenido.

La presión generalizada de la opinión pública para poner punto final a la crisis social desatada desde el 28 de abril a través del dialogo social con un acuerdo político entre las partes que interprete los reclamos del estallido social; la magnitud de los hechos de violencia y destrucción de vándalos infiltrados en la protesta y la brutalidad con la que ha actuado la policía cuyas imágenes transitan en redes sociales y han generado un contundente rechazo en las principales páginas de la prensa más influyentes del mundo, en los organismos multilaterales como la OEA y la ONU y en las autoridades de Estados Unidos que le han pedido a Colombia respeto por la protesta pacífica y a la fuerza pública moderación no dejó al gobierno nacional opción distinta a la de sentarse, después de las vacilaciones semánticas, con los líderes del paro a negociar un pliego reivindicativo que remueva las condiciones de pobreza y exclusión en que se encuentran la mayoría de los colombianos y especialmente los jóvenes. 

Aceptado – a regañadientes – el hecho el gobierno sitúo la negociación en una zona negativa, como llaman los expertos, y se ha negado acordar siquiera los mínimos relacionados con las garantías para ejercer el derecho fundamental a la protesta reconocida en el ordenamiento constitucional, su no estigmatización y la desmilitarización. La finalidad es la de ganar tiempo e ir anunciando  en escenarios cómodos, porque no tiene que acordar con nadie términos ni condiciones, decisiones unilaterales a cuentas gotas en temas como  ingreso solidario, la gratuidad en la educación universitaria y la reforma  a la institución de la policía que se encuentran, entre otros puntos en la agenda del comité del paro. Con esta jugadita el gobierno pretende desconocer la movilización social, las razones objetiva que la motivan y por supuesto al comité del paro.

Se trata entonces de no reconocer ningún logro, en principio, a quienes representan en la mesa a la insurrección, y darle vuelo a la hipótesis de que acá no hay ningún malestar social, sino una conspiración orquestada desde el Castrochavismo, Unasur y  la Internacional Socialista a la que se unió el Partido Liberal Colombiano desde 1999 para desestabilizar el gobierno. Resulta, por demás curioso, que el Partido liberal tenga la doble condición de conspirador y aliado del gobierno. Que el Partido de la Social Democracia comprometido con la instauración del socialismo por la vía democrática refrende con sus votos la permanencia de un ministro para quien los niños reclutados por actores armados y muertos en bombardeos no sean víctimas, sino máquinas de guerra, el mismo al que le cuesta reconocer que los excesos en el uso de la fuerza por parte de la policía y el Esmad violan derechos humanos de los manifestantes. 

Las imágenes de la represión policial  recuerdan la crueldad y el desprecio por la vida que ha caracteriza a las dictaduras.

La democracia colombiana se encuentra secuestrada por la pobreza, la corrupción y miedo. La pobreza no nos ha permito  avanzar en educación y la poca escolaridad es en gran parte la responsable de los altos índices del desempleo estructural y de la informalidad laboral. A su vez la corrupción que  cuesta a los colombianos más de 40 billones de pesos al año – y según el ex procurador Maya destruye el Estado Social de Derecho – perpetúa las trampas de la pobreza. Y con el miedo se garantizan las élites, responsables del desorden social, su continuidad en el poder. 

En la utilización del miedo como instrumento de dominación las elites no han escatimado en métodos; a los subjetivos como la religión o físicos como las armas se acude por igual. En la lucha por la independencia cuando el terremoto de Caracas  las autoridades de la corona achacaban el fenómeno natural, para interponerse en las emociones de los súbditos, a una ira de Dios porque se había ofendido al Rey, su representante en la tierra, con las ideas de libertad e igualdad. Bolívar clausuro la sublevación de las sotanas advirtiendo que “si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. En los Montes de María el despojo de tierras a campesinos la oferta de compra los paramilitares la precedían con la observación de que le comprarían a la viuda si no se llegaba a un arreglo.   

La policía disparando con las armas de la república a la minga y a jóvenes que han protestado indignados contra el sistema y el gobierno y unos civiles también haciéndolo con la complicidad de los uniformados y notoria impunidad reviven el fantasma del paramilitarismo. La tragedia de horror que padecieron nuestros campesinos ahora la viven los jóvenes en las ciudades con la mutación paramilitar en una nueva cepa conocida como gente de bien.  

Volviendo a la mesa de negociación fue un error del comité del paro levantarse. En una negociación por muy indolente que resulte la contraparte siempre la responsabilidad del fracaso será de quien la abandone.