Por Rodolfo Díaz Wright (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 14 de noviembre de 2021.-La expresión “Time Flyes”, usada por los americanos para señalar que el tiempo pasa volando, a pesar de lo simple y evidente, tiene un contenido de filosofía popular incontrovertible y eficaz. Nada más seguro y arrasador que el movimiento incesante del tiempo, dejando a su paso un reguero de realidades cumplidas, casi siempre, muy diferentes a las promesas, planes, deseos y hasta sueños.
Un amigo solía decir que “no hay nada más bello que un día detrás del otro”, significando, igualmente, que el paso del tiempo es y será, por los siglos de los siglos, el juez universal que, finalmente, se encargará de poner cada cosa en su sitio y, al mejor estilo de Ulpiano, darles a cada quien lo que les pertenece.
Creo que estos infortunados últimos dos años que ya casi acaban para la ciudad de Cartagena y que también han pasado volando, han cumplido a cabalidad su cometido de entregarnos a todos el veredicto justiciero de los tiempos a que se refería Indalecio Liévano y que quedó, para siempre recordado, en la lápida de su tumba.
Se encargó el tiempo, en su paso inexorable, de darles la razón a quienes no creyeron en el discurso disruptivo, populachero y grotesco de un charlatán aparecido, que, mediante maniobras y artificios de carnaval, logró atrapar a un grupo de votantes ilusos e incautos, para hacerse elegir alcalde de Cartagena. Esta situación, por supuesto, no es nada extraña en una ciudad ensimismada y con una triste tradición electoral de torpezas, frustraciones y desengaños.
Pero no solo les dio la razón a quienes no le creyeron su discurso embaucador, sino que, además, se encargaron estos dos años de demostrar que, igualmente, tenían toda la razón, en sus análisis, frente a la inexistencia de un Plan de Gobierno serio y estructurado, que recogiera las estrategias para desarrollar los estudios, programas y proyectos que, necesita la ciudad y que, desde hace rato, estamos esperando.
El paso inexorable de los días demostró, hasta la saciedad, lo que se señalaba, tímidamente al principio, sobre su incompetencia para enfrentar un cargo, en el que la formación en temas de gestión pública es cardinal, un cargo para el que hay que prepararse toda una vida, habida cuenta del calibre de la responsabilidad que se asume. Cero formación en finanzas públicas, en Planeación, en Hacienda y todo esto adornado con un talante pendenciero, irrespetuoso y abusivo, dieron origen a que rápidamente fuera ubicado, descalificado y descartado, por un grueso número de ciudadanos, a los que nunca convencieron sus mensajitos a colores, ni sus payasadas de marioneta empolvada. También a esos, el tiempo les dio la razón.
Y muy seguros estaban quienes, al darse cuenta que se trataba de un verdadero fraude, propusieron, pasado el primer año de pésimo gobierno, la revocatoria de su errático mandato, de acuerdo con lo estipulado por la misma Constitución y la ley. Llovieron truenos, centellas y hasta amenazas de muerte. Los sabios de siempre se unieron al corito celestial que, a la espera de retribución, adulaba y apoyaba al descontrolado personaje, que entre más era consciente de su inutilidad, más intentaba agradar con sus maromas infantiloides y sus promesas de cumbiambera, encaramado en un tractorcito ridículo, símbolo inequívoco de su pobre concepción del liderazgo y la gestión seria y eficaz.
Dos años después de iniciada esta tragedia, ya a nadie le quedan dudas del descache monumental que cometimos y, poco a poco, hasta sus defensores más encarnizados, han entendido que de nada vale tratar de tapar el sol con una mano, que el desastre es total y que los remedios escasean. Hasta sus aduladores más cercanos han decidido quitarse la máscara y, sin pudor, han comenzado a soltar ese entripado venenoso de desafueros, barrabasadas y tropelías, que fueron el eje estructurador de un gobierno químicamente bruto.
No hay duda de la sabiduría inconmensurable del paso del tiempo: Tan solo dos años fueron suficientes para demostrar, cuanta razón tenían y tienen quienes, prima facie, descalificaron a este salvador de pacotilla. Hoy, con una nula aceptación, y con el fantasma de más de sesenta mil firmas, recogidas para realizar su revocatoria, persiguiéndolo por una ciudad hambrienta, descuadernada, insegura, enferma y empobrecida, solo esperamos que, de la forma que sea, terminen estos tiempos de desgracias.
Ya a nadie le interesa si se va o se queda, si lo echan o lo dejan, si lo revocan o no. La frustración y el desencanto son tales, que a la gente solo le importa que, estos tiempos de zozobra y angustia, que tanta razón nos han dado, pasen lo más rápidamente posible, para terminar esta pesadilla y comenzar otro ciclo, donde la inteligencia y el sentido común se pongan nuevamente al servicio de las causas correctas y de la gente correcta.
Parece que, pase lo que pase, ya la ciudad ha dado por concluido este bochornoso y deprimente capítulo de su azarosa historia. Tienen toda la razón, también, quienes hoy se amalayan de no haber votado por otro que, seguramente, hubiese sido mucho mejor. Ojalá ese arrepentimiento tardío sea el detonante de nuevas y mejores decisiones.
No sé por que me vienen a la memoria en este momento las palabras de Martin Luther King Jr.: “Al final, no recordaremos las palabras de nuestros enemigos, pero sí el silencio de nuestros amigos”.