Por Ambrosio Fernández (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 12 de marzo de 2023.- A pesar de tener cuatro urbes, que con sus áreas metropolitanas, superan el millón de habitantes, -salvo Medellín-, en Colombia el transporte público urbano ha sido por décadas un dolor de cabeza y parece ir en reversa. En pleno 2023, Bogotá, la capital de la cuarta economía de América Latina, todavía discute cómo hacer su primera línea de metro, mientras que Transmilenio y sistemas similares, de Cali, Barranquilla, Bucaramanga y Cartagena, tratan de subsistir en medio de profundas crisis financieras y de infraestructura.
Las aglomeraciones en las taquillas de Transcaribe, que se han visto en las últimas semanas, por cuenta de la suspensión del sistema de recaudo, son solo uno de los síntomas de un sistema que desde hace años se encuentra en cuidados intensivos.
Dejando de lado los detalles legales, económicos y de gestión, que hacen que los sistemas de transporte urbanos de Colombia atraviesen una grave crisis, estos se han convertido en el símbolo de muchos de nuestros males. Por un lado, nunca hemos sido capaces de pensar en grande, mientras que metros como los de Nueva York, Londres o Buenos Aires, suman ya más de 100 años. En Colombia solo hasta ahora comenzamos a levantar la mirada hacia otros métodos de transporte.
Por otra parte, no hemos sido capaces de tener administraciones exitosas que garanticen el correcto funcionamiento y expansión de estos sistemas que funcionan en las ciudades. Es cierto que en el mundo gran parte del transporte público, en especial las líneas de metro son subvencionadas por el Estado. No obstante, en muchos lugares funcionan en una correcta sinergia entre los gobiernos y el sector privado, que garantiza que las personas incluso prefieran bajarse del carro, para optar por este tipo de movilidad.
A lo anterior hay que agregar la falta de noción sobre lo público. No pagar un pasaje o dañar el mobiliario urbano no son acciones que afecten a un grupo en específico, sino que afectan a toda la sociedad, provocando un círculo vicioso que termina reflejado en el deterioro de la calidad de vida en las ciudades.
La crisis de Transcaribe prácticamente condena a Cartagena a que no se den soluciones de fondo para la movilidad, y a dejar atrás lo importante por atender lo urgente. Si no hemos sido capaces de garantizar el rodamiento oportuno y con calidad de estos buses, mucho menos seremos capaces de llevar a la realidad un sistema de transporte integral, que integre incluso a los municipios aledaños, con transporte fluvial y desarrollo de nuevas líneas, o por qué no, de métodos férreos.
En lugar de avanzar, vamos en reversa.