Por Miguel Raad Hernández (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 4 de octubre de 2023.- Los fundamentales de la economía son la creación de valor y riqueza, su distribución y gasto, en el seno de una sociedad determinada, para generar progreso y calidad de vida. Al examinar los fundamentales de la economía colombiana, encontramos que en lo corrido del 2023 se presentan cifras que indican una acentuada desaceleración económica y un grave riesgo de recesión. Cuando este fenómeno recesivo muestra sus largas y peludas orejas que son pronóstico de desastres, no sólo en lo económico sino en lo político y en lo social, es urgente que el Gobierno central adopte políticas contra-cíclicas que ayuden a revertir la tendencia y a evitar la catástrofe.
A diciembre de 2022 el PIB de Colombia creció en un destacable 7,3%, fundado mayoritariamente en el aumento del consumo interno y en el gasto del Gobierno. Sin embargo, se advirtió por los expertos que dicho crecimiento era muy superior a las potencialidades reales de nuestra economía y, por ello, esta ya mostraba signos de recalentamiento, tales como el aumento del déficit en cuenta corriente y una inflación que alcanzó el 13,3% anual. Todos los pronósticos anunciaban un necesario enfriamiento de la economía para volverla a sus niveles normales de productividad, esto es, acorde al capital acumulado y a la infraestructura productiva instalada.
Fue entonces cuando el Banco de la República decidió empezar el alza de las tasas de interés para reducir el endeudamiento de los colombianos y frenar el exceso de circulante. Es la clásica fórmula monetaria para disminuir la demanda de bienes y servicios hasta equipararla a la producción, bajando así los precios. Pero aparte del Banco ninguna otra institución oficial se aplicó a estructurar una política contra cíclica armónica y multisectorial. Hay que estimular la creación de nuevos empleos, aumentar la producción en todos los sectores de la economía y hacer las inversiones estratégicas del gasto público.
El alto Gobierno se distrajo en sus anuncios al Congreso y al país de los cambios de rumbo que adoptaría, de acuerdo a sus propuestas de campaña e ideología, y se rezagó significativamente en aplicarse a la ejecución del gasto público. Así se estranguló aún más la disponibilidad de circulante y se generó un fuerte stress en sectores productivos como la construcción de vivienda, al que no se le giraron los subsidios ni se aplicaron los nuevos; el de obras públicas, que no inició ninguna grande obra ni tampoco la tan anunciada pavimentación de vías terciarias; el sector agropecuario, donde no se han comprado ni pagado las tierras prometidas para indígenas y campesinos y, no tienen ningún plan ni proyecto iniciado para el aumento de la productividad rural.
La estabilidad de la economía también pasa por la estabilidad política y social. No es cierto que aquella pueda ir bien si estas están mal. Entendemos que un primer Gobierno de izquierda pura crea, en el fervor inicial del triunfo, que puede cambiar las instituciones de un día para otro. Pero esa no es una posibilidad real. El institucionalismo es toda una teoría adoptada por las democracias modernas, precisamente contra saltos abruptos y repentinos. Y Colombia es una Nación de instituciones fuertes. Ellas son como una vacuna contra los estados febriles ideológicos. Cambios sí, siempre serán necesarios y con más veras en los países en vías de desarrollo, pero sin tierra arrasada, sin apresuramientos inconvenientes que suelen alterar la estabilidad política y social, necesarias para mantener la gobernabilidad y el buen suceso de la economía. Colombia necesita el diálogo permanente, transparente y asertivo de sus dirigentes de todos los sectores, en busca de los necesarios acuerdos y consensos mayoritarios. Gobernar es ser firme, pero sereno; decidido, pero paciente; dialogante, humilde y esforzado en la búsqueda del superior bien de la Nación.