Por: Miguel Raad H.- Mayo 21 de 2015.- Especial para Revista Zetta. «La democracia es la peor forma de Gobierno, excepto por todas las demás que han sido probadas», decía Winston Churchill. En ella se pretende darle la oportunidad a los miembros de una sociedad para que escojan libremente a sus gobernantes y también las políticas y el régimen por el que quieren ser gobernados. Es también el imperio de la voluntad de las mayorías, pero con respeto por los derechos de las minorías. Y, de modo más retórico, «es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», según la célebre frase de Abraham Lincoln.
La democracia implica la asunción y ejercicio de ciertos valores fundantes, tales como la libertad, el orden, la justicia y La Paz; la transparencia y honradez de los dirigentes; la periódica rendición de cuentas de los gobernantes; la instauración de pesos y contrapesos que impidan el abuso del poder; partidos fuertes, coherentes y organizados democráticamente; y, de manera determinante, la responsabilidad de los ciudadanos con sus derechos y deberes.
Los pueblos civilizados, aquellos que han alcanzado el desarrollo económico y social, que viven en paz y han logrado la equidad social con respeto por las libertades ciudadanas, son ejemplo de la observancia de estos valores y virtudes de la sana democracia.
En Latinoamérica no tenemos verdaderas democracias. Todas son imperfectas y algunas una grosera caricatura de este sistema de gobierno. Tal vez por eso nuestros pueblos siguen siendo subdesarrollados después de más de 500 años de ser descubiertos por los europeos y más de 200 años de vida independiente.
En Colombia atravesamos un período especial de nuestra historia, con un Gobierno que hace ingentes esfuerzos por pactar una paz negociada con los grupos alzados en armas, pero que necesita escuchar más a las mayorías de nuestros ciudadanos para estructurar los acuerdos de paz. También, o quizá por lo mismo, es un período de reformas institucionales que cursan ante el Congreso, pero que los políticos dominantes tuercen y retuercen para amañarlas a sus intereses partidistas o particulares. Y finalmente, es un período electoral en el que deben elegirse las autoridades regionales y locales, encargadas del gobierno de los territorios y primeras responsables de las políticas de bienestar para la sociedad. En tan crucial momento, son los valores de la democracia los que darán sentido a las discusiones y al debate, y los que nos sacarán avante en nuestros buenos propósitos.
De manera especial será la Responsabilidad de nuestros ciudadanos para ejercer sus derechos y, sobre todo, sus deberes dentro de la democracia, la que servirá de catalizador para obtener las soluciones adecuadas. Hay que ejercer la ciudadanía en libertad, con entereza, honestidad y honradez, sin capitulaciones ante las prebendas de quienes quieren torcer la voluntad libre y soberana de cada uno. Hay que desconfiar de quienes ofrecen dádivas, incentivos o estímulos de cualquier clase, porque ellos son siempre fuente de perdición para el ciudadano y la sociedad.