Urgen nuevos modelos de desarrollo

Por DANILO CONTRERAS

Danilo Contreras

Son estremecedoras las noticias referentes a los cambios ambientales que amenazan la supervivencia de la humanidad. No se trata de especulaciones sino de estudios que prueban la realidad de los desafíos que enfrentamos.

 

Hace 10 mil años el hombre abandonó la vida nómada de caza y recolección de frutos por la existencia sedentaria ligada a la agricultura. Durante ese tiempo el progreso económico fue casi imperceptible hasta el advenimiento de la revolución industrial en el siglo XVIII. En ese punto el destino de la humanidad cambió. La máquina de vapor de Watts inicia una ola de crecimiento económico constante acompañada por una inusitada explosión demográfica. Hoy la población mundial alcanza 7.200 millones de personas con proyección a 2050 de unos 10.000 millones, lo que significa una nefasta presión para el planeta.

 

Cambios climáticos por uso de combustibles fósiles, acidificación de los océanos, agotamiento de la capa de ozono que nos protege de la radiación solar, contaminación de fuentes de agua por uso masivo de fertilizantes en la agricultura, uso irracional del agua y pérdida de la biodiversidad, son causas eficientes de nuestra eventual extinción como especie.

 

Este panorama nos obliga a cuestionar los modelos de desarrollo que nos han traído a este umbral de autodestrucción.

 

En Cartagena vale la pena discutir, por ejemplo, respecto de la manera como se gestiona el agua para consumo humano: Según auditoría de 2012 de la Contraloría Distrital, el índice de perdida de agua en la ciudad paso de 36.40% en noviembre a 39.64% en diciembre de 2012. Estas tasas superan con creces el acuerdo inicial celebrado por Acuacar y el Distrito en 1996 para reducir las pérdidas a menos del 25% hacia 2006.

 

En cuanto a Transcaribe valdría la pena apostar ya por la introducción de energía eléctrica para impulsar los buses del sistema de transporte masivo y dar prioridad al peatón y al ciclista sobre el uso del carro particular. Es preciso además encontrar fórmulas para incluir en el sistema a la actual oferta formal e informal de transporte en la que hoy se moviliza la gente, mediando un adecuado programa de reconversión de vehículos, so pena quebrar el proyecto anticipadamente como ocurre en otras ciudades del país.

 

Preguntemos si es sostenible que la ciudad siga creciendo hacia sus bordes generando urbanizaciones que carecen de infraestructuras y servicios que generen calidad de vida o si optamos por densificar.

 

Pero cambiar exige también un comportamiento personal distinto, que parta de la autorregulación y la conciencia ambiental. Reciclar en la fuente, no desperdiciar agua o alimentos como si fuesen basura sería un buen inicio.

 

La reflexión, que es pensamiento crítico, obliga a cuestionar los modelos de desarrollo no sostenibles y si vale la pena seguir privilegiando a pocos en perjuicio de tantos. Es posible que aún tengamos tiempo de brindar una oportunidad a las futuras generaciones.