“Un quite a la muerte”, capítulo del libro “Quinto: preparado para ganar”

Este jueves 30 de julio a las 5:00 de la tarde en la sede principal de la campaña Quinto Guerra Alcalde, en el barrio Getsemaní, el escritor y periodista Aníbal Therán Tom dará a conocer detalles de su reciente libro “Quinto: preparado para ganar”, sobre la vida del hombre que pone a consideración de los cartageneros su candidatura para gobernar a la ciudad en los próximos cuatro años.

Aníbal Therán es un reconocido periodista de la ciudad, ganador de varios premios en el ejercicio de su carrera. En este libro cuenta la vida de Antonio Quinto Guerra Varela, desde su niñez, como se formó, su vida deportiva, los inicios en la política hasta los recientes días donde es uno de los candidatos más opcionados para llegar a la Alcaldía de Cartagena.

Dentro del texto biográfico se habla de la vida de Antonio Quinto, lo que ha sido el derecho, el deporte, la política y el amor en su vida, no siendo menos importante su paso por el Concejo de Cartagena, elegido por tres periodos consecutivo.

Este es el capítulo 7 del libro:

 

Un quite a la muerte

El 14 de marzo de 2002, día en que Antonio Quinto Guerra Varela le hizo el quite a la muerte, el cielo se oscureció en un segundo y una llovizna pertinaz cayó sobre Mahates, municipio del centro de Bolívar, obligando a sus habitantes a quedarse en sus casas como por mandato divino.

Un silencio sepulcral envolvió cada rincón, haciendo lúgubre la tarde en que hasta los grillos y sapos dejaron de cantar. Las calles de Mahates estaban solas. Un allegado a la familia consideró, ante el ambiente enrarecido que cubría a ese pueblo en la época que los paramilitares habían sembrado, a punta de crímenes atroces, el miedo en cada rincón, que lo único que quedaba por hacer era rezar para evitar que la muerte llegara y se llevara a cualquier persona, al azar, como ocurría a cada rato.

Por esa razón, ocuparon al padre Freesnes Anglar, un cura bonachón que había dicho al llegar a ese pueblo procedente de Haití que no creía en brujas, ni espantos, ni cosas raras. “Yo solo creo en Dios, el único y verdadero padre de todos”, solía repetir en los sermones en los que aprovechaba para regañar a los maridos bebedores de ron, a los adúlteros y a todo aquel que no creía en la palabra del Creador o tenía un comportamiento disímil, apartado de los cánones que rigen a nuestra sociedad.

Pasadas las cinco y media de la tarde, cuando oficiaba la misa, el padre Freesnes tomó la Biblia e inició un rezo al que se le juntaron Luchy Varela, madre del político, y otras rezanderas, entre ellas Labine Anderson de Tom, allegada a la familia de Quinto, esposa del político conservador Nadim Tom Ripoll. El cura murmuraba en un idioma diferente: ¡Latín!, dijeron después entendidos, pidiéndole a Dios que se llevara la tristeza y la mala hora que se había posado sobre Mahates, donde cualquiera era señalado y, posteriormente, asesinado, muchas veces por capricho de los amigos de los paramilitares. Pero esa tarde, nadie sabía qué ocurría exactamente, sólo que la tristeza se posaba sobre el pueblo dejando un ambiente luctuoso.

Lo cierto es que para el año 2001, a Quinto Guerra todo comenzaba a sonreírle, por lo que se permitía disfrutar de algunos gustos.

Por ejemplo, siguiendo a su corazón dio rienda suelta a su afición por los gallos y fue así como se convirtió, sin darse cuenta, en un excelso criador. Al punto, que sus ejemplares comenzaron a ganar fama en los palenques que organizaban en los alrededores de Mahates por su bravura, manchando las vallas con sangre de sus opositores.

Su fama de buen abogado administrativo crecía vertiginosamente, quizá paralelamente a la de buen gallero y a la del hombre generoso y buen amigo. Por eso era común que de diversas partes del país lo requirieran para defender altos funcionarios, muchos de los cuales, terminaban absueltos de todos los señalamientos.

Uno de sus clientes, César James, oriundo de San Andrés Islas, viajó a Cartagena buscando solución a un lío jurídico urdido por contrincantes políticos que buscaban cercenar su posible aspiración a la alcaldía de Providencia (San Andrés). El cliente pidió ser atendido lejos del bullicio de la ciudad, por lo que Quinto sin pensarlo lo llevó a su finca de Mahates. Estando allí escuchando a los gallos cantar, mientras preparaban su defensa, el sanandresano le confesó que su aspiración a la Alcaldía de Providencia era un hecho, por lo que necesitaba que le prestara unos buenos gallos de su cría para igualarlos con los de su contrincante, pues allá las fuerzas políticas se medían en dos sentidos, con combates de aves finas y con carreras de caballo en la playa. Haciendo gala de buen anfitrión escogió los cinco gallos más bravos y los metió en guacales, con el fin de que pudieran ser transportados sin ningún tipo de problema.

Debían ser las siete de la noche cuando se decidieron a salir de Mahates, Quinto Guerra, “El Cacha”, cuidador de gallos y amigo de infancia, César James y el veterinario, Kevin Altahona Díaz. La noche era más negra que lo habitual, tanto que debieron salir con las luces altas de la camioneta para observar bien el camino casi perdido por el barro.

Quizá por esa razón, le subieron el volumen al radio del carro para escuchar un célebre vallenato de Los Betos. Al pasar por las calles de Mahates, buscando la salida, el Cacha advirtió: “¡Carajo, Mahates da miedo y eso que ya no hay brujas!”. En el preciso momento en que Quinto Guerra se agachó para buscar un cd, sonó estruendosamente la detonación de un fusil que impactó la camioneta donde se transportaban.

El chofer detuvo abruptamente el vehículo y pudo advertir que César James y Quinto estaban heridos. Había sangre por todos lados. Todo era confuso. En ese preciso momento, Mahates se quedó a oscuras por una falla en el fluido eléctrico, lo que enrareció más el ambiente.

Todos los ocupantes de la camioneta quedaron estupefactos. Instantes después se escuchó decir: “Nos equivocamos”, “nos equivocamos”.

Uno de los acompañantes, “El Cacha”, se bajó gritando: “¡no disparen, que nos matan!”. Al instante, un soldado, nacido y criado en Mahates, había reconocido a Quinto Guerra y por eso lloraba desconsoladamente y corría de un lado a otro.

Los superiores del puesto de Soldados Campesinos de Mahates salieron y se apersonaron del hecho, auxiliando a los heridos, quienes

debieron ser valorados en el hospital de la localidad. A Quinto Guerra unas esquirlas de la bala le causaron heridas menores en la cabeza, mientras que César, su amigo, resultó herido en el brazo izquierdo.

Todos, familiares y amigos, se preguntaban qué había ocurrido, debido a que la noticia se regó como pólvora y algunos aseguraban que habían matado a Quinto Guerra por no detenerse ante la señal de pare de los soldados, quienes, precisamente, habían llegado al pueblo con la firme intención de erradicar a los paramilitares. Éstos se movilizaban en camionetas nuevas con vidrios polarizados, aprovechando la noche

buscando pasar inadvertidos.

Lo que ocurrió fue que confundieron el vehículo con uno parecido al que usaban los jefes paras, quienes aprovechaban la oscuridad de la noche para movilizarse entre Calamar, Mahates y pueblos cercanos.

Finalmente, los militares aceptaron que pudo ocurrir una tragedia, dada la potencia del disparo de fusil. Según fuentes forenses, el tiro que impactó la camioneta no alcanzó a desarrollarse. Sin embargo, destrozó internamente el vehículo. Ese día, simplemente, Quinto Guerra volvió a nacer. Ya en su casa, sus familiares lamentaban el hecho, pero Quinto, comentaba, con el gracejo en la punta de la lengua: “Dios sabe que aún no es la hora, él sabe que primero debo ser Alcalde de Cartagena”.