Por Ana María Cuesta.- (Especial para Revista Zetta).- Desde que Juan Manuel Santos asumió su mandato delegó en su antiguo rival electoral, el vicepresidente Germán Vargas Lleras, un ambicioso proyecto de casas gratuitas en todo el país. El vicepresidente asiste religiosamente a todas las inauguraciones en territorios en los que hay cantidad de colombianos en situaciones vulnerables, que a la vez representan un gran potencial de votos. Distintos sectores han sugerido que con esta delegación de gestor e inaugurador se está preparando a Vargas como futuro candidato presidencial. Reconocen que en estos actos oficiales, en los que se registran sonrisas de colombianos agradecidos, también se fortalece colateralmente al partido que alguna vez lideró, Cambio Radical.
He pensado en Vargas porque es la única pieza que falta en el rompecabezas del manejo político que el Gobierno le ha dado a la crisis fronteriza que hoy nos pone en un escenario hostil con nuestros vecinos en Venezuela. ¿Por qué no han delegado al Vicepresidente Vargas a acompañar a los centenares de colombianos desplazados del Estado del Táchira? ¿Es ese el mensaje que se quiere enviar, que no se garantizan viviendas a estas personas doblemente victimizadas, que huyeron de Colombia en búsqueda de un sueño en el cuestionado país bolivariano?.
El discurso tardío y nocturno del presidente Santos desde la frontera soslayó ese aspecto, como también los de su canciller y los de los ministros que le han acompañado anunciando un rosario de soluciones. Sólo dijo que habilitarían a Cúcuta para más proyectos de viviendas gratis, sin consultarle a la gente en qué lugar quiere vivir. Y con el mayor respeto cuestiono ¿Qué mayor salida a esta crisis humanitaria que ésta? Que le garanticen a los expulsados un techo.
Repudio la forma en que el gobierno de Nicolás Maduro expulsó a los colombianos que residían en calidad de ilegales en su territorio. Pero considero que los dedos acusadores no sólo deben centrarse en las violaciones de derechos humanos que ha cometido su Gobierno. También hay que poner el retrovisor y evaluar qué hizo Colombia para propiciar que estos ciudadanos salieran despavoridos de capitales y de sus ciudades de origen. Talvez la ilusión del bienestar para los suyos los llevó voluntariamente a esa tierra próxima a Norte de Santander. Eso escuché muchas veces durante los días que cubrí esta crisis desde la frontera.
Y salí preocupada por una declaración del alcalde de Cúcuta, Donamaris Ramírez, sobre el drama que viven estos colombianos refugiados en su mismo país. El alcalde, que brilla y brilla saliendo en las fotos oficiales de esta tragedia que se registra en los medios de todo el mundo, dijo que su ciudad no aguanta más desplazados. Que los expulsados no se podrán quedar en Cúcuta, salvo el 15% de deportados que él estima que sí son oriundos de allí. Dijo que los demás tendrán que ver lo que hacen -obviamente con la ayuda estatal-. Seguramente les garantizarán el transporte a ellos y sus enseres, con rumbo a los municipios en los que iniciaron su éxodo. Sugirió con ello que regresarán con un rabo entre las piernas sin siquiera conocer en qué lado de la frontera prefieren continuar sus vidas, pues muchos de los expulsados han manifestado que desean volver.
El país debe solidarizarse con estas personas que sufren y que talvez han sido víctimas de nuestra violencia interna. Crisis en la que ambos países tienen un alto grado de responsabilidad.
Seguiré pendiente de la visita humanitaria del Vicepresidente Vargas. ¿En qué otra parte de Colombia se habrá retratado últimamente haciendo un techo con sus antebrazos?.