Manolo Duque ejerció su liderazgo como alcalde, apostó a hacer las mejores Fiestas de Independencia y lo logró.
Como los buenos capitanes de barco, que es en las tormentas cuando se comprueba si saben navegar, el alcalde tuvo que encarar dos grandes retos: por una parte, encausar las Fiestas de Independencia por la senda de la revitalización, y devolvérselas al pueblo, para que las aprecie, apropie y valore.
Por otro lado, afrontar la crisis por la salida del Concurso Nacional de Belleza, que reprogramó sorpresivamente su fecha para marzo próximo. Manolo vio una oportunidad y con su equipo del IPCC, donde Bertha Arnedo supo interpretar sus indicaciones, le dio un vuelco a la organización.
El gran desfile de la Independencia volvió a su fecha natural, el once de noviembre; se le dio mayor importancia a la Mujer cartagenera y al Reinado de la Independencia; se innovó en el desfile náutico; se preservó el espacio a la diversidad; se enalteció a Getsemaní; se abrieron espacios de alegría y cultura en los barrios; se buscó y encontró la solidaridad del gobierno departamental y de otros departamentos y capitales; se recibió el respaldo del sector privado.
La ciudad respondió y, como pocas veces, se remó hacia el mismo norte.
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