Hambre, violencia y desarrollo
Por DANILO CONTRERAS
Según cifras del Dane (2013) en Colombia es pobre la persona que a duras penas gana $206.091 mensuales e indigente quien solo obtiene $91.698 al mes que escasamente aplica para mal comer.
Datos oficiales muestran que en Cartagena 343.000 personas viven bajo la línea de pobreza e indigencia de un total de 978.600 habitantes. No nos detendremos a considerar que en verdad, ni siquiera el salario mínimo alcanza para que una persona pueda satisfacer con dignidad sus necesidades más sentidas. Ya en alguna oportunidad el ex – vicepresidente Angelino Garzón señalaba que la fórmula de medición de la pobreza monetaria en Colombia era una falta de respeto contra la gente más humilde.
De lo anterior se colige que más de la tercera parte de nuestros conciudadanos están amenazados o padecen hambre. Espinosa y Alvis en su estudio “Cartagena y los retos de la seguridad humana” sostienen que conforme ejercicio realizado en 2009 con un grupo de 6.800 familias pertenecientes a la Red Unidos residentes en barrios marginales de Cartagena, más de la mitad de los jefes de hogar (57,5%) reportaron que algunas veces, en los últimos 30 días, les hizo falta dinero en su hogar para la compra de alimentos y más de la mitad de estos solo consumen carne tres o menos veces por semana.
No es arriesgado pensar que los jefes de familia objeto del análisis escucharon a su vez de sus padres aquello de que “hoy es un solo tren mijito”, de manera que la trampa del hambre es perniciosa en tanto atrapa, generación tras generación, a una gran masa de la población cartagenera.
El hambre tiene consecuencias que se manifiestan en el desarrollo del cerebro desde que el bebé está en el vientre y luego a partir del nacimiento. Está demostrado que el desarrollo óptimo del cerebro depende en gran medida de una adecuada nutrición, así las cosas un niño desnutrido tiene menor capacidad de atención y aprendizaje, de manera que su disposición para la reflexión se verá reducida drásticamente durante el resto de su vida, y con ello su potencialidad de desarrollar habilidades productivas, de resolución racional de conflictos y participación en el proceso democrático. Llama la atención que indicadores del Banco Mundial muestran que países que han sufrido deterioro de su situación nutricional padecen también violentas crisis sociales.
Contradictoriamente la producción agrícola mundial podría ser suficiente para alimentar al doble de la población mundial.
La respuesta a este dramático flagelo está en la voluntad política de erradicar el hambre y encontrar en la cadena productiva de los alimentos (producción, transformación, distribución, comercialización y consumo) una apuesta económica alternativa e incluyente de generación de recursos y empleabilidad para los más pobres.
Combatiendo el hambre también alimentamos la capacidad crítica y de discusión racional de una gran masa poblacional que ayudara de manera más eficiente en la construcción de una sociedad mejor.