Por Alberto Orozco Ravelo (Especial para Revista Zetta).- Esta es, tal vez, una pieza artística llena de dolor que nos recuerda la amistad sincera de dos muchachos provincianos que plasmaron su complicidad fraternal en una promesa incumplida por uno de ellos y tristemente consumada por el sobreviviente.
En el transcurrir del destino, encontramos seres que llegan a nuestras vidas con el propósito de enseñarnos sus errores y aciertos con el propósito de que seamos mejores seres sociales ante un mundo que no premia la lealtad y las relaciones entre pares, sin embargo, ante tanta agonía, existen grandes valientes que se atreven a superar los obstáculos en aras de sobrevivir en la popular selva de cemento.
Hace un mes largo partió un Jaime Molina, un amigo querido por muchos, quien en pocas oportunidades decía no o no se puede, cargado con una sonrisa y buenas vibras; adueñado de una frase característica que sus amigos recordaremos como una ontología pragmática de la cotidianidad caribe; ¡Ombe y como no!
La pasión por el vallenato, la lectura, la prensa, la búsqueda de la verdad, llevó a Juan Camilo Romero López a convertirse en un influyente de la idiosincrasia Caribe, en especial de su natal Cartagena, donde con su pluma delicada y a veces, aguerrida, alertaba a los viandantes para que despertaran y tuvieran conocimiento sobre las inconsistencias políticas de su ciudad, esto con el profundo deseo que sus compañeros de vecindad se dieran cuenta que es el momento de decidir sus designios.
Cuanta alegría le hubiera dado a este Jaime Molina haber despertado el 28 de octubre de 2019 con la noticia de que los cartageneros reales, abrieron los ojos y escogieron a un alcalde alternativo, un hombre común y corriente, sin mayores riquezas, ni contaminado de políticas clientelistas, enmarcado en darle un espacio significativo a quienes no tienen grandes posibilidades, no por falta de talento, sino por abundancia de hambre, dándole valor a la tez negra, escogiendo como su acompañante a una mujer valiente que al igual que nuestro apoteósico amigo, soñaba con un pedacito de cielo diferente; lo único que le deseo, al igual que sus electores, es que el señor mandatario sepa dirigir los destinos y transforme para bien a ese querido terruño.
Cumplido este sueño, debo recalcar que este amigo de parrandas, tragos, mujeres y confidencias, era un aguerrido defensor de la cultura Caribe, de su gastronomía y de los cuentos picarescos, pero en especial, de sus verdaderos amigos, a quienes nos regañaba, nos hacía chistes y cuando bebía nos narraba algún relato de la juglaría.
Esta partida tan fatal e inesperada nos deja con un vacío gigante en el corazón a tus hermanos de la vida y con quienes compartiste tu felicidad, sin embargo, este trágico momento quedará en nuestra retentiva como el día que te volviste un Rey al haber superado los obstáculos del alcohol y la procastinación, como lo dijo en «Me Rindo Majestad» el gran Adolfo Pacheco.
Vive la vida de otra manera, hermano querido y ten buen viaje.
Alberto Orozco Ravelo
Abogado
Barranquilla.