Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta 20 años).- El título de esta columna lo saque de la argumentación de una amiga respecto a la irresponsabilidad y falta de consideración de quienes burlan el aislamiento preventivo obligatorio para contrarrestar la progresión de la pandemia del covid-19 a pesar de los riesgos a los que nos exponen. Tiene razón. Nada los concientiza, ni siquiera las montañas de cadáveres en Wuhan, Italia, Madrid, más recientemente las de Nueva York y la propia del país que comenzó a elevarse desafiando el esfuerzo de nuestro héroes, como ahora reconocemos a ese puñado de valientes que enfundados en sus batas y con poca protección personal, algunas veces en las ruinas de la privatización de la salud convertida negocio, se enfrentan para salvar vidas, a un enemigo que no se ve y del que solo se sabe que es poco lo que se sabe mientras avanza inexorablemente por el mundo con su estela de muertos.
Y tiene razón mi amiga. Muchos deambulan por las calles como si nada estuviera pasando. En ocasiones se valen del perro y lo sacan a pasear hasta 4 veces al día a sabiendas que solo se debe hacer para que este satisfaga las necesidades fisiológicas, típica subcultura del fraude que nos caracteriza a los colombianos. A este, y quien sabe a cuántos atajos más acuden para sacarle provecho con el menor sacrificio a la excepcionalidad y de esta forma burlarse, aun a riesgo de sus propias vidas, de la norma haciéndole el quite a la generalidad del confinamiento en casa. No es de ahora, los avivatos son parte de nuestro paisaje, abundan en esta jungla, matan a la abuelita en un juramento para sacar ventajas si el condicionamiento para lograr la confianza es la transparencia, y saben cómo se hace la vuelta.
Otros aunque quisieran no pueden cumplir la orden porque tienen que ganar algo de dinero para poder comer y alimentar a los suyos. Ellos viven de la calle, en el rebusque, para quienes un día sin trabajar es un día sin llevar comida a la mesa, y si entienden o no la gravedad de la crisis por la que atraviesa la humanidad para el caso no es lo trascendental. Los peligros a los que se exponen por el virus, en su lógica, no son superiores a los que los crucifica el hambre.
La gran mayoría no entienden que es pandemia, no la conocen y en cambio saben de exclusión social, de discriminación en la educación y en la salud porque la sufren. También conocen por experiencia propia la crueldad de un sistema político que los invisibiliza, tan cruel con ellos como lo es acostarse si comer escuchando el concierto de retorcijones de estómago y el llanto por hambre de los niños. Contagiarse de covid-19 es una probabilidad entre muchas, el hambre si no se trabaja es una entre una.
La experiencia ajena nos indica que aquellos países donde no se tomaron en serio el aislamiento preventivo les toco padecer con mayor inclemencia la ferocidad del virus. No obstante esa estrategia para salvar vidas en países donde el mercado laboral es básicamente de trabajadores rebuscadores, con falsos empleos y donde la informalidad supera al trabajo decente el aislamiento en lugar del contener el impulso de la enfermedad, podría convertirse en una bomba social, con un detonante adicional si se siguen perdiendo los empleos formales por el desarraigo laboral al que acudieron los empleadores para aliviar sus balances económicos.
La diferencia con Europa en la aplicación de la medida, manifiesta en entrevista con el diario El Tiempo la médica colombiana especialista en medicina de familia a quien le ha tocado atender pacientes infectados de coranavirus en Italia donde reside, está en que allá el problema no es el hambre, independientemente que la gente rica será menos rica y que habrán más pobres, porque al que no trabaja le llega un subsidio, las familias ayudan y los ancianos reciben una pensión hayan trabajado o no. Tiene razón nuestra compatriota, porque de esa tranquilidad no pueden disfrutar las familias que viven en la informalidad laboral o que han perdido sus empleos en Colombia. Por ello es urgente que los alivios económicos anunciados por el gobierno para las personas más vulnerables les lleguen pronto y en la medida de lo posible sean racionales y acordes con la dignidad humana o de lo contrario estaremos, con una alta probabilidad que así suceda, ante la insurrección famélica, el levantamiento social por estado de necesidad y el fracaso del aislamiento con las consecuencias para la salud de todos.
La pandemia dejó al descubierto las miserias del modelo neoliberal. El planeta se detuvo y solo se encuentra en marcha la red hospitalaria, los servicios públicos domiciliarios, la cadena de suministros alimentarios y las fuerzas de seguridad, como en una guerra. Desde ya se augura que después que salgamos de esta crisis humanitaria las cosas no volverán a ser iguales; multilateralismo o más protección a las economías locales se discute. Algunos son optimistas a otros no les parece tanto los cambios. En todo caso los desafíos de la pandemia, como lo expreso la alcaldesa de Bogotá, no son solo económicos. Los desafíos son a la vida, al corazón y a la conciencia.