Por John Zamora (Director de Revista Zetta 20 años).- Recuperación de dos lotes en el caño Juan Angola… instalación de 160 boyas en playa Blanca… Son dos de los logros que resaltó la Alcaldía en sus imágenes para promocionar el balance de cinco meses del alcalde William Dau. Pobre, muy pobre balance.
El problema es que ese no era el enfoque. No se trataba de la enumeración insulsa de acciones que, sea quien fuere, un alcalde está en la obligación de hacer. De lo que se trataba era de mostrar lo que ha hecho para lo que lo eligieron: lucha contra la corrupción.
A estas alturas nos habríamos imaginado un reguero de denuncias con pruebas ante la Fiscalía, la Contraloría y la Procuraduría, de todas las acciones impulcras cometidas por los malandrines.
Dau tuvo dos meses antes de posesionarse y cinco como alcalde para documentar toda la vagabundería que nos hiceron creer que encontraron en su informe de empalme, cuando mostraron gruñendo como lobos en el famoso y atestado encuentro en el Centro de Convenciones. Tilín, tilín y nada de paletas.
Bien lo señaló Nabil Báladi cuando se preguntó si necesitábamos un alcalde que se dedicara a cazar ratas o a gobernar. De aquello, nada.
En la lucha contra los malandrines solamente se han registrado tres hechos notorios: el primero, cuando Dau llegó a la Secretaría de Hacienda para destapar el “cartel de las prescripciones” y el resultado fue un cúmulo de retractaciones ordenadas por tutelas de quienes fueron señalados porque “no me consta ni tengo pruebas”.
El segundo, cuando designó a una “zarina anticorrupción” que resultó no cumplir los requisitos y terminó con una OPS en el Dadis, y nadie más en todo el mundo puede ocupar tal dignidad que ni siquiera la reemplazó.
El tercero, cuando “puteó” a concejales en la antológica -por grotesca- sesión virtual del Concejo. Tuvo que venir el arzobispo a mediar y terminó estrechando la mano del presidente David Caballero.
Es evidente: la lucha contra la corrupción ha sido fantasmal.
Supongamos que los malandrines son muy sofisticados y que cuando vieron venir a Dau, escondieron todas las pruebas y se mimetizaron. Supongamos que sigan así los cuatro años. ¿Ajá? ¿Se acabó el oficio para Dau? ¿No hay ratas para cazar? ¿Se agotó la gestión de gobierno?
Mientras andábamos buscando respuestas para esos interrogantes, apareció un enemigo planetario que nos puso en jaque y nos cambió todo: la pandemia del coronavirus. Repito: nos cambió todo. Insisto: nos cambió todo.
Por eso, la lucha contra la corrupción pasó a segundo plano, sin perder su importancia, y ahora el verdadero problema de Cartagena es el hambre. Qué pena con Dau, qué pena con la ciudad, qué pena con todos, pero el Covid-19 se nos impuso y tenemos que comenzar la reactivación económica, recuperar el ingreso y, en general, volver a vivir. Y Dau no lo entendió al primer aviso.
“Es indudablemente preferible la independencia lograda por parte de William Dau y romper las cadenas de la corrupción, lo cual siempre he celebrado; pero es igualmente reprochable la improvisación y la negligencia, lo cual siempre voy a desaprobar”, escribió con acierto Andrés Betancourt en su columna para Revista Zetta (¿Quién es mi enemigo? https://revistazetta.com/?p=36016) al describir lo que ha sido la gestión de Dau frente a la pandemia.
Es inocultable que su mentalidad esculpida por años contra la corrupción no se amoldó con la velocidad indicada para la pandemia, y terminó dando palos de ciego hasta el punto que tuvo que venir el gobierno nacional a darle una mano, o a desplazarlo, o a complementarlo (con el enfoque se que le quiera dar). Más que prepararse para gobernar, Dau se preparó para combatir la corrupción y terminó “abanicando la brisa” y “haciendo swing con todos los hierros” (cual narración de Payares Villa), y está en conteo de 2 y nada: el coronavirus lo tiene al borde del ponche.
Dau debe seguir al frente del barco con el apoyo de todos, y debe hacer como el balcón viejo: aceptar que le pongan refuerzos para no caer. Esos puntos de apoyo vienen el gobierno nacional, el procurador, los medios, las redes, la comunidad, los gremios, pero debe dejar a un lado la soberbia y el populismo insulso. Si tiene que evaluar a todos en su gabinete y renovarlo en buena parte, que lo haga. Si los asesores científicos no han servido, que los saque y no sigan devengando sin mérito. Si hay áreas que no arrancan como Corvivienda, o que no responden como Participación o Educación, o que se desgastan en pugnas políticas como Dadis, o que se quieren convertir en nuevos feudos de nuevos caciques o cacicas políticas, con “lotes” para engordar sus neoempresas electorales, debe imprimir los cambios. Si quiere.
El mundo cambió y Dau tiene que darse cuenta. La única manera de enfrentar la peor catástrofe de Cartagena en su historia es estando unidos, respaldando al alcalde, y que el gobernante escuche y rectifique. (Por antítesis, que no escuche a los que ha venido escuchando, que comprobado está le aconsejan mal). Que no se diga que el coronavirus desviroló a Dau.