Análisis de John Zamora (Director de Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 9 de agosto de 2021.- Lo que pasó el sábado con la marcha de protesta contra el alcalde William Dau es el retrato fidedigno del fracaso hacia el que camina el proceso de revocatoria: cuatro gatos que tendrán razón pero no convocan, convencen ni emocionan.
A diferencia del Covid19, la capacidad de contagio de los opositores de Dau es muy baja, o por lo menos incapaz de despertar pizca de entusiasmo.
Con todos los motivos que esgrimieron para la protesta, se esperarían ríos de gente colmando la India Catalina y desbordando la avenida Venezuela, pero no: eran los mismos con las mismas.
Esto confirma que no hay en la comarca alguien con mas suerte que William Dau y que pese a su decepcionante gestión, episodios de desafío a organismos de control, soberbia y sordera política, no tiene quien lo saque del poder. Terminará sus cuatro años, y solo el Creador podrá decidir otra cosa.
En rigor, motivos sobran para la revocatoria. El principal es el incumplimiento de su plan de desarrollo, amén de faraónicas promesas como la de invertir $15 mil millones mensuales en los barrios. Nada más en eso nos debe $285 mil millones.
Entonces ¿por qué no funciona la revocatoria?
Hay motivos de fondo y forma que confabulan. Una ley pone muy alto el listón, en parte porque no se puede propiciar una generalización de revocatorias sino como excepción frente a la decisión popular en urnas. Los recovecos del proceso, la misma recolección de firmas, implican esfuerzos políticos y financieros que, para el caso de Cartagena, no están dados.
También están razones de conveniencia, pues la ciudad afrontó interinidades y esa cambiadera de alcaldes exasperó a la ciudadanía, que poco apego le tomó a las elecciones atípicas.
La reyerta de pandilleros en que terminó convertida la famosa audiencia del Centro de Convenciones jugó a favor de Dau, y disipó cualquier amago de entusiasmo por el proceso. La ciudadanía no se identificó con la raquítica argumentación y mucho menos con el grotesco espectáculo. “Dime con quién andas…” y la gente no quiso andar con los protagonistas de ese sainete.
El tiempo ha jugado también a favor de Dau, y así su gestión no despegue, por lo menos se guarda la esperanza que haga algo en los 27 meses que le quedan (a los que hay que restarle los de ley de garantías y los tres últimos cuando ya hayamos avanzado eligiendo remplazo).
La revocatoria a Dau también comprueba que un mundo es el que se percibe en redes sociales y otro el de las calles. Si es por las cuentas de los promotores en Twitter, Instagram, Facebook o Whattsapp, hace rato Dau se hubiera ido. Pero no. Ahí está, entero. (Para infortunio de la oposición y, sobre todo, para desdicha de Cartagena… pero ajá…).
Divorciado de los gremios, de los medios, de la gestión, de la sensatez, pero sobre todo de la realidad, Dau es un hombre afortunado: tan de buenas que no hay nadie con peso o altura suficiente en la oposición para tambalearlo, así haya valerosos liderazgos…
Los líderes opositores quedaron solos y ni siquiera la clase política -damnificada de Dau- les da una manito (por lo menos en público): Los congresistas silban y miran para otro lado; el Concejo libra su propia batalla, a ratos le aprueba todo y a ratos le censura a un par de funcionarios… pero con los de la revocatoria no se juntan. Esa foto no se la toman.
Las cosas así, la gestión revocadora quedó medida en los cuatro gatos que estuvieron en la marcha de protesta y su llama de piloto de estufa irá menguando, a pesar de su ilusión de crecer en forma de llamarada popular. Tan claro lo tiene Dau que por eso se ríe con burla, y aquí nadie puede engañarse: es más la bulla que la cabuya.