Por John Zamora (Director de Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 21 de septiembre de 2021.- La estrategia de William Dau para acabar con la corrupción en Cartagena es crear otro sistema de corrupción: del burdo asalto a los presupuestos al despojo democrático.
Para fortuna nuestra y desdicha suya, no hay posibilidad alguna que que se perpetúe en el poder, tal como lo hacen sus modelos idealizados de Maduro, Ortega o Pinochet, quienes utilizaron la democracia para falsearla y reelegirse.
La estrategia de los dictadores incluye eliminar los poderes públicos, arrodillándolos, de suerte que el sistema judicial y el legislativo obedecen a sus caprichos.
A Dau no le alcanza pero lo intenta. El agravante es que no lo disimula y, por si fuera poco, lo pinta con laca.
Por andar en esas ínfulas no queda espacio para la gestión, ni para cumplirle a la comunidad. ¿Recuerdan los $15 mil millones que iba a invertir cada mes en los barrios? Pues ya su deuda política va en $315 mil millones y nada que paga.
El resultado de su corrupta mentalidad es el imparable salto al vacío de Cartagena, y los efectos los sufrimos en términos de inseguridad galopante, falta de autoridad, desconfianza en el gobierno, proyectos fantasiosos y ejecuciones ramplonas, mediocridad de equipo, y una agenda copada de reyertas.
Arrodillar quiso a los gremios y, aunque en principio se hincaron, terminaron rompiendo pajitas. Arrodillar ha querido al Concejo, pero el matoneo no le ha funcionado. Arrodillar ha querido a los entes de control, con relativo éxito, lo que no anula un eventual despertar. Arrodillar quiso a la prensa, pero fracasó en su perverso deseo de acallarla. Arrodillar quiere a la ciudadanía, pero el fracaso es tan monumental que ya ni contestar se atreve cuando le dicen “¡usted es empleado mío, con mis impuestos le pagan su sueldo!”
Ante los sucesivos fracasos, Dau se empecina en seguir su delirante plan de instaurar su parcelada dictadura, y para ello acude a los lacayos de su régimen, como el sector Mariamulato, que desde la Escuela de Gobierno hace un gran ridículo con chirriante pompa académica y oprobioso festín presupuestal.
Dos objetivos estratégicos despuntan en su agenda de cooptación institucional: las veedurías ciudadanas y la Contraloría Distrital.
Dau delira con apropiarse por entero de esos mecanismos de control, a sabiendas que los destruiría por provenir su deseo de la cúpula del poder que debe ser controlado: pretende ser juez y parte.
Por eso creó desde su escuelita de gobierno el programa “Vales de Piedrahíta”, con el perverso deseo de adiestrar a quienes debieran auditar su gestión: blindar su mandato para que no sea cuestionado, para “tapar cables pelaos”.
Y por eso también anda empecinado en imponer contralor distrital. Es evidente que ha acusado los golpes que le ha propinado la Contraloría del controvertido Freddy Quintero, quien descabezó a su polémica primera dama, a su secretaria general, tiene embargados su sueldo y el del casi todo el gabinete, y hasta ha evidenciado anomalías en la corbata amorosa que tiene por ahí.
Dau ha viso la necesidad de tener un contralor de bolsillo, como cualquier político de esos malandrines que tanto criticó. No hay tal cambio de costumbres políticas sino es la misma ramplona politiquería, pero con bailaito de TikTok y muletilla facilista ¿Tu papá te quiere!… ¡te quiere joder!
En un rasero ético, lo de Dau es inaceptable. Es corrupción. Es poner todo el aparato gubernativo al servicio de sus pretensiones personales. En lo político, es gatopardismo: que todo cambie para que nada cambie. En lo práctico es el vértigo por la caída libre sin piso a la vista que detenga el absurdo de este mal gobernante, de delirio corrupto y tiránico.