Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 19 de octubre de 2021.- A pesar de tantas frustraciones los colombianos no pierden la esperanza de un futuro mejor. El derecho a soñar se mantiene intacto y cuando aparecen liderazgos fuertes se asoma la esperanza, que aunque estropeada, siempre está ahí sin rendirse en la lucha, ni en el honor; y avivando en silencio la lucidez de los hombres termina por lograr la conciencia de los pueblos para conducirlos a la libertad, superando los miedos, estrategia de terror a la que se acude para bloquear el raciocinio popular.
Los defensores del status quo en su dialéctica de violencia siempre han creído que desapareciendo físicamente a un líder por consecuencia se arrea su enseña, pero la historia demuestra lo contrario; con la muerte de los líderes solo se pospone la conquista de unos fines, porque la lucha es un sentimiento movido por las ideas. “A los hombres se le podía eliminar, pero a las ideas no, y al contrario, cuando se eliminan a veces a los hombres, se robustecen las ideas”, anotó Luis Carlos Galán.
El martes pasado un grupo de viejos galanistas de Cartagena se convocaron alrededor de un almuerzo – al cual asistí por generosa invitación de Carlos Ardila – para desempolvar recuerdos de la llegada de Galán al corralito de piedra. Dos hechos daban especial relevancia al evento: el primero de destacar fue la presencia de Juan Manuel Galán en la reunión y el segundo, que a esta la precedía la devolución de la personería jurídica al partido político Nuevo Liberalismo. En efecto la Corte Constitucional en reciente fallo de tutela le ordenó al Consejo Nacional Electoral – CNE – que corrigiera su propio error y le devolviera el reconocimiento político al movimiento de quien fuera su fundador Luis Carlos.
Fue un encuentro cargado de emociones. La intervención de Rafael Moreno Galvis y la exposición fotográfica de la tribuna pública de Galán en la Universidad de Cartagena y Plaza de los Coches con sus respectivos recorridos de entusiasmo democrático y juvenil, comentada en detalles por el profesor Juan Correa Reyes, calaron el sentimiento de los asistentes. Todavía hay esperanzas, a pesar que no se cree en los gobernantes.
“Bolívar tiene que hacer en América todavía”, decía el apóstol Martí al referirse a la obra del fundador de dos repúblicas; la Gran Colombia y Bolivia. La propuesta política de Galán también está pendiente. Hace más de 32 años Luis Carlos nos advertía sobre los riesgos que se cernían sobre Colombia, país “dominado por una oligarquía política, que convirtió la administración del Estado en un botín que se reparte a pedazos”. De aquel momento ahora las cosas se agravaron exponencialmente, a tal punto, que hoy estamos ante una democracia inviable y plutocratizada.
No son pequeñas las responsabilidades de Juan Manuel Galán. Su papel en la historia va más allá de una candidatura presidencial. A él le toca personificar las propuestas del Nuevo Liberalismo por las que ofrendó la vida su padre, hoy vigentes en la agenda de los partidos políticos progresistas de las democracias modernas.
Luis Carlos era el vocero de un ideario liberal y rebelde, de defensa a la soberanía nacional, particularmente en la protección a la reserva de hidrocarburos frente a los intereses voraces de las multinacionales, a las intervenciones del Estado para redistribuir riqueza a favor de unas inmensas masas desposeídas sin esperanzas y sin posibilidades – como les llamaba a los vulnerables – y la democratización de la propiedad de la tierra, con expropiación cuando las necesidades de justicia así lo demandaran.
Juan Manuel es parte de la reserva moral de una patria que aclama justicia. Un país donde la mitad de sus habitantes se encuentra sin acceso a la salud y con hambre. Un país en el que la educación, la vivienda y el crédito son privilegios de unas minorías, un país a la espera de grandes liderazgo que alumbren su devenir.
Por ello Juan Manuel no puede, ni debe prestar su concurso para la plasmación de maniobras gavilleras encaminadas a frustrar los sueños populares, las mismas que en el pasado sirvieron para atajar la propuesta política reivindicatoria y la llegada de su padre al solio de los presidentes.