Por Horacio Cárcamo Álvarez (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 16 de noviembre de 2021.- Ante la imposibilidad de brindar solución a los problemas por lo que a traviesa la ciudad y los escándalos de corrupción que rondan su administración, Dau se resolvió por convertirse en bufón. Esa decisión se podría apreciar como un comportamiento loable si él no fuera a la vez el alcalde. Echarse unas risas, según expertos, ayuda a la salud física y psicológica de las personas, empero no es suficiente cuando el hambre y el desempleo castigan con rigor a la población.
Para el ciudadano de a pie las cosas en la ciudad van por mal camino; también se tiene la percepción de que el gobierno parece un barco a la deriva con más posibilidades de naufragar, que de llegar a puerto seguro. El desgobierno ha profundizado aún más las brechas que históricamente han segregado a la comunidad, y creado las condiciones para que se reacomoden las fuerzas políticas derrotadas y responsable del descalabro de la ciudad. En corrillos es vox pópuli la presencia en el próximo debate de una «pinta», como le llaman, que tiene el billete para la campaña de Alcaldía.
En la Edad Media la realeza acudía a los bufones para que le hicieran reír y no tener que hacerlo de sus propios desaciertos. Siguiendo esos pasos, el alcalde se insinúa de payaso para con sus excentricidades virar el debate sobre su desgobierno. Las extravagancias no son malas per sé, ni tampoco un recurso nuevo para llamar la atención: Mockus, como se dice en el argot popular, peló las nalgas para lograr la atención en un auditorio y Gardeazábal cabalgó en un elefante para mejorar las finanzas de un circo de pueblo cuyo aforo en las funciones no alcanzaba ni para alimentar a los animales con los que se amenizaban las funciones.
El primero, elegido dos veces alcalde de Bogotá, hizo de la transparencia y la cultura ciudadana el compromiso de un buen gobierno, y el segundo, también dos veces alcalde en Tuluá, logró recuperar la confianza de la ciudadanía en su gobernante.
Quizás desde tiempos inmemoriales la concepción – endémico – de quienes ostentan el poder es creer que quienes sufren sus abusos y las carencias sociales no son conscientes de ello. Confunden resignación abnegada con ausencia de liderazgos. Por eso cuando aparecen lideres con la capacidad suficiente para movilizar, con la palabra o la acción política, los sentimientos individuales que luego transforman en ilusiones colectivas de cambio surgen las revoluciones democráticas o armadas.
La dirigencia se propuso no entender por qué el pueblo cada cuatro años la reprueba en la asignatura de democracia local, votando, desde la primera elección popular de alcaldes, en su contra. No entenderlo tiene la ciudad descuadernada: con hambre, insegura y desesperanzada. Los excelentes indicadores económicos en los sectores: industrial, logístico, portuario y turístico también lo deben ser de vergüenza social o por lo menos de reproche institucional, sobre todo cuando esa riqueza y desarrollo se da en la misma ciudad donde más de la mitad de la población no cuenta con las condiciones mínimas que le permitan vivir con dignidad y aguanta física hambre; donde la letalidad de la covid es más alta que en el Brasil, y el porcentaje de niños muertos por desnutrición y por el virus del dengue se parece al de un país tercermundista.
El pueblo es consiente que su precariedad en calidad de vida y abandono no obedece a un designio divino porque de ellos será el reino de los cielos. Sabe que su pobreza expresada, entre otras cosas, en el hambre, la peor crueldad a la que pueda someterse a un ser humano es el resultado del histórico despojo al que lo han sometido. En medio de esa desolación y vulnerabilidad aparecen personajes pintorescos hábiles para canalizar los descontentos, pero mediocres para la gobernanza.
Dau, como los alcaldes que le precedieron, no es el resultado del proceso de maduración de una conciencia política colectiva al que llegan las sociedades con el tiempo para crecer a través de liderazgos transformadores. Solo fue un instrumento al que se le echó mano para reiterar el rechazo a un establecimiento indolente responsable del sufrimiento del pueblo; y por eso, independientemente su coraje y buenas intenciones – inevitable reconocerle -, su administración es el buen ejemplo de lo que en la obra “Como mueren las democracias” llaman al lento y progresivo debilitamiento de las instituciones.
Incapaz para gobernar solo le queda payasear. Como cuando se creyó el maquinista y silbato de una máquina con la que se iniciaba la marcha del gobierno. Entre obras para mostrar estará el reparcheo de la avenida Santander, contrato cuestionado, como todo lo de la administración, por la modalidad de “monto agotable”, que no era la pertinente según los entendidos en el tema. Quizás ahí este la explicación del porqué la carpeta asfáltica sea muy delgada para el peso que tiene que soportar o porqué no se haya recuperado la altura de los bordillos, y andenes y la del separador central. Este contrato, al igual a los firmados para atender la emergencia de la covid, no disimula la chambonada e improvisación.
A pesar que las oportunidades son calvas, los alcaldes verdaderamente populares las dilapidan. Qué lástima.