Crónica de John Zamora (Director Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 18 de junio de 2022.- No soporto las faltas de ortografía. Me indignan. Las redes sociales han acrecentado el problema, y la ortografía está viviendo sus peores días. Antes de su auge, era la publicidad la que se encargaba de distorsionar las pautas ortográficas, principalmente por el uso de extranjerismos.
Los gringos solo usan el signo de admiración al final (!), pero en castellano se debe usar el de apertura (¡) y cierre (!). La publicidad (y muchos teclados de computador) precipitaron la escasez del (¡) y privilegiaron solo el (!).
Lo de las redes sociales es el caos total, pero sirve para estimar el nivel de educación de una persona. Damas y caballeros que se ufanan de su prestigio intelectual o profesional, pelan el cobre en sus cuentas de Instagram, Facebook o Twitter. Como la canción de Celia Cruz y Adalberto Santiago con Ray Barreto: nadie se salva de la rumba.
Me horrorizo a diario con los comunicados de prensa de mis colegas periodistas, que viven en inimputable confusión. Por ejemplo, la coma. El uso de la coma es de lo peor, y pocos, muy pocos, saben su uso. Casi ninguno se ocupa -siquiera- de inmutarse por las ellas. Parece que las compraran por frascos y, una vez tienen el escrito en su celular o en su computador, las lanzaran y … listo: donde cayeron, ahí van. ¡Que Dios reparta suerte!
Esa fijación ortográfica me ha llevado a un hábito inevitable: andar cazando gazapos, algo vengo haciendo desde la infancia.
“La gazapera” era una columna diaria del antioqueño Roberto Cadavid Misas en El Espectador, y se refería a la cacería de gazapos (conejos) en los arbustos del idioma: encontraba errores y explicaba cómo remediarlos. De niño, era su fiel lector.
Todo lo anterior como prolongado preámbulo para compartir el escalofriante episodio que sufrí en la Olímpica San Felipe, y que por poco amerita mi remisión a una sala de cuidados cardíacos.
En la noche del Día sin Iva acompañé a mi esposa a comprar un gasodoméstico y, mientras ella hacía una kilométrica fila para pagar, yo deambulaba por las góndolas sin detener la mirada en nada, sino curioseando para consumir el tiempo. De súbito, quedé congelado al alzar la mirada y ver algo que me dejó catatónico: un “rayador” de marca HyH (House and Home). No era su precio, de $33.900 lo que me aterrorizó, sino su etiqueta: RAYADOR.
¿Cómo? Volví a leer y no me equivocaba: decía RAYADOR. Incrédulo, estiré el brazo, lo tomé con mis manos, y lo acerqué para verlo con más detalle: seguía diciendo RAYADOR.
Miré a un lado, miré al otro, y no vi a nadie. ¡Nunca hay un policía cuando se necesita!
Con tanta mala ortografía que pulula por todas partes, pensé que era probable que el equivocado fuera yo, así que acudí a la aplicación que uso en estos casos de emergencia: la RAE (Real Academia Española de la Lengua).
Rayador: Ave que tiene el pico muy aplanado… etc.
¡Gracias a Dios no me equivoqué!
Yo sabía que debía decir RALLADOR…
Rallador: Utensilio de cocina, compuesto principalmente de una chapa de metal, curva, llena de agujerillos de borde saliente, que sirve para desmenuzar…
¡Era RALLADOR!
En un acto de desmedida temeridad, volví a alzar la vista para ver los ralladores de otras marcas y verificar si también eran “rayadores”.
El primero a la izquierda era “Universal” y decía “Rallador”. Uff, ¡qué alivio!
El siguiente era “Imusa” y decía: “Rallador”… vamos bien.
Luego vino el HyH: “Rayador”… ¡fatal!
Y, finalmente, la marca “Ilko”: Rallador. ¡Muy bien!
Universal, Imusa e Ilko son marcas colombianas, mientras HyH es una importación exclusiva de Olímpica. Tal vez también importan los rótulos y las etiquetas, y vienen en un castellano traducido en una aplicación de Google. No sé.
Desde luego, en caso de haber estado en plan de compras, la decisión era clara: jamás compraré un producto cuya etiqueta tiene mala ortografía.
Bueno, tres de cuatro… suspiré, descansé, recuperé fuerzas y salí del estado catatónico.
No obstante, pasé mala noche. Me perseguía la imagen de un rayador queriendo rayarme la cara, mientras yo corría por toda la Olímpica y saltaban a mi paso los rótulos de distintos productos: haires hacondicionados, ekipos de zonido, labadoras, cecadoras, neberas, telebizores… ¡auxilio!
Me desperté sobresaltado. La pesadilla había acabado. O eso creía yo, hasta que abrí mi correo y vi nuevos comunicados de prensa en la bandeja, y luego repasé redes sociales: El horror continúa…