Evocación del periodista Juan Carlos Díaz, cofundador de este medio, sobre la manera cómo su idea se unió a la que también venía maquinando John Zamora.
Por Juan Carlos Díaz Martínez.- Especial para Revista Zetta.- 26 de febrero de 2015.- Comenzando un nuevo siglo en una ciudad que estaba en su consuetudinario despelote político y ya con los incipientes conocimientos del mundo litográfico, me sentía ya con las condiciones y capacidades para cumplir el sueño que varios periodistas de la ciudad teníamos de hacer una revista que contara y comentara todos esos acontecimientos que siempre han hecho de La Heroica, una ciudad especialmente nutriente para los comunicadores.
El sueño era tener un medio de comunicación propio, ir más allá de la simple noticia, buscar el lado sustancioso del hecho, adobarlo con pinceladas de buena escritura, enriquecerlo con una pizca de humor Caribe y sacar un producto inédito para un público inteligente y que estaba reclamando a gritos un medio diferente.
A principios del mes de enero del año 2000, en los bajos del Palacio de la Aduana, me encontré con un colega que tenía la experiencia necesaria, la buena escritura y el mismo ideal de contar algo distinto a lo que se estaba contando en la ciudad: John Zamora, recién salido de la jefatura de prensa de la Alcaldía, y quien también tenía en sus proyectos la edición de una revista independiente.
Le dije: ‘John, tengo la gente para hacer una revista semanal, a bajo costo y de buena calidad, hagámosla’.
La respuesta era obvia, y de inmediato nos pusimos manos a la obra, aprovechando que, desde mi salida de El Periódico de Cartagena, en 1995, y después de El Universal, en 1999, había acumulado alguna experiencia en la parte litográfica, de la mano de Assad Oliveros, con quien formamos la firma Diassa.
Con Assad, en la fotomecánica, y Aquiles García, como prensista, se empezó a cuajar la primera edición de Zetta, cuya diagramación había hecho Luis Felipe Ballesteros, tras encargo de John Zamora.
Para la escogencia del nombre hubo un consenso, y, después de analizar decenas de propuestas, encontramos una fórmula que surgió no sé dónde: la dos únicas letras en común que tenían los apellidos Díaz y Zamora eran la ‘a’ y la ‘z’ pero lógicamente, la de mayor sonoridad era esta última, así que el resto era hacerle un buen diseño, como finalmente ocurrió.
De ahí en adelante, fueron 40 semanas ininterrumpidas en las que acompañé el proceso, no sin sufrir los desasosiegos habituales para buscar la financiación semanal, los continuos trasnochos para sacar cada una de las ediciones, el terrible sufrimiento de no tener pauta, pero al final, la alegría de ver nacer cada semana un nuevo hijo.