Por Ambrosio Fernández (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, 17 de septiembre de 2022.- Cartagena respira caos, se siente en las calles, en las plazas, en los barrios populares e incluso se percibe muy lejos de la ciudad. En los corredores del poder en Bogotá, en las salas de redacción de los grandes medios nacionales, en las redes sociales, en las páginas de las revistas de turismo. El Corralito de Piedra viene de capa caída desde hace días y lo anterior podría ser un tema menor, si parte de nuestros ingresos y empleos no dependieran de lo que se proyecta a la opinión pública.
En las últimas semanas han sido varios los golpes mediáticos que ha recibido la imagen de Cartagena, además de la crisis política que vivimos desde hace décadas y que se volvió paisaje, se hicieron virales terribles situaciones en las que algunos cartageneros cobraron sumas astronómicas de dinero a turistas internacionales por brindarles algún servicio. A esto hay que sumarle las inundaciones por las lluvias, los casos de sicariato, la inseguridad en el Centro Histórico, los bloqueos en las vías por cuenta de las manifestaciones, el estado físico de algunos bienes patrimoniales que literalmente se desmoronan y la noticia de que la ciudad ya no es el segundo destino que recibe más extranjeros en Colombia. Solo por nombrar algunas situaciones.
La pregunta es ¿Qué sigue? ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto más soportará la ciudad en el caos? Y no parecen existir respuestas certeras, ni hojas de ruta concretas para tratar de darle un vuelco a la situación. Vivimos una crisis de liderazgos, que ha empeorado por cuenta de una administración distrital que ha sido más discurso que acción y que parece paralizada ante la enorme crisis que vive La Heróica. Sin embargo, culpar totalmente al díscolo Dau de esta crisis no hace honor a la verdad. Lo que sucede es fruto del abandono, la corrupción y la pésima gestión de lo público de la clase política tradicional que gobernó por décadas. El resultado lo vemos en las calles, en los titulares de prensa y en la misma Alcaldía. Fue tanto el hartazgo que generaron en la ciudadanía, que movieron a la gente a votar por la improvisación, la chabacanería y la falta de resultados del actual mandatario.
Hoy, cuando la ciudad se desmorona y la campaña política de 2023 calienta motores, es necesario que todos los cartageneros, pero en especial la clase política tradicional, haga un mea culpa y se mueva con acciones concretas, innovadoras, de cara a la ciudadanía, con perfiles técnicos y con propuestas a largo a plazo. Pero además, ahora que el Gobierno Nacional construye su Plan de Desarrollo, habrá que velar, desde distintos frentes, para que se incluyan proyectos estratégicos para la ciudad en este documento. Cartagena no puede seguir a la deriva.