Por Rubén Darío Álvarez (Especial para Revista Zetta).- A finales de la década de los 80, el profesor Enrique Muñoz Vélez fundó un taller literario que bautizó como “La bulla del silencio”.
Dicho grupo se reunía los sábados en la mañana en uno de los salones del primer piso del colegio Fernández Bustamante que, para esa época, quedaba en la calle Santa Teresa, del Centro Histórico de Cartagena.
Kike Muñoz —como siempre se la ha conocido al profesor— dirigía el pequeño grupo corrigiendo textos y sugiriendo lecturas y autores, entre los cuales nos mostró a un desconocido escritor checo llamado Milan Kundera, de quien, para ese momento, había llegado a Colombia la novela “El libro de la risa y el olvido”.
De ese libro, el profesor solía destacar la frase: “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Seguidamente, la novela pasó por varias manos hasta llegar a las mías, cosa que me deslumbró de tal manera que de ahí en adelante hacía lo posible por encontrar a quien tuviera la posibilidad de adquirir esos textos, para que me los prestara.
En “El libro de la risa y el olvido” hay un capítulo titulado “Litost”, palabra que, según Kundera, no tiene traducción (al menos literal) en otros idiomas, pero su significado tiene que ver con las carencias y miserias que se esconden en cada ser humano, las cuales suelen ponerse en evidencia cuando nos comparamos con los demás.
Como para ilustrar un poco más la idea, Kundera expone el ejemplo de un estudiante y su novia, quienes cualquier día salen a pasear por un bosque y llegan a las orillas de un lago tan hermoso que no resisten la tentación de quitarse la ropa y lanzarse a nadar.
Le dan rienda suelta a su deseo con una profunda felicidad, que sólo es interrumpida cuando el estudiante nota que la novia es excelente nadadora y que él podría ahogarse, si intenta imitarla. Como resultado, en cuanto vuelven a la orilla, le propina una bofetada a la muchacha supuestamente por haberse puesto en peligro al nadar tan lejos.
La rotunda verdad es que el estudiante, proveniente de una niñez débil y acomplejada, se sintió humillado ante las destrezas de la novia, cosa que jamás tendría el valor de revelarle, por lo cual echa mano de la hipocresía patética para justificar su violenta reacción.
Para nosotros, ese modo de escribir era nuevo. Los críticos lo llamaban “la novela-ensayo”, un híbrido sumamente atractivo por su sencillez y capacidad aleccionante, que algunos intentamos copiar sin éxito, pero comprendiendo lo que siempre se ha dicho: el arte consiste en hacer aparecer como fácil lo difícil.
El segundo libro que llegó a nuestras manos fue la novela “La insoportable levedad del ser”, que otras veces aparecía como “La insostenible ligereza del ser”, pero es la misma historia donde Tomás y Teresa viven una “buena” relación amorosa, a pesar de la cual el hombre es incapaz de mantenerse fiel, mientras que la mujer se avergüenza de su cuerpo, cosa que es motivo de burlas por parte de su madre y sus amigas. “Teresa —se mofa la progenitora— no quiere aceptar que el cuerpo mea y echa pedos”.
Tal como la anterior, “La insoportable levedad del ser” también observa sus apuntes sobre la incursión del régimen comunista y sus consecuencias en la Checoslovaquia de Kundera, reflexiones que se repiten, con mayor o menor intensidad, en sus libros posteriores.
Estando radicado en Barranquilla conseguí que un profesor me facilitara “La vida está en otra parte”, en mi concepto, la más magistral de las novelas que pude leer bajo la firma de Kundera.
El protagonista es un poeta mediocre llamado Jaromil, quien crea un alter ego a quien bautizó como “Javier”, quien representa sus aspiraciones, sus deseos y superación de frustraciones. Es tan poderoso el tal “Javier” que logra saltar desde un puente hasta la ventana más alta del edificio donde vive la chica hermosa que le gusta al poeta, y que sólo logra “conquistar”, gracias a la iniciativa de ella.
Pero la chica, al tiempo que se compadece del poeta prestándole su sexo en cortos encuentros, también tiene un amante a quien identifican como “El cuarentón”; y es así como se arma un triangulo amoroso que sirve de buena excusa para las reflexiones filosóficas del novelista checo, incluyendo el desprecio que sentía la madre por Jaromil, desde que lo tenía en el vientre.
El escenario de la historia es la Segunda Guerra Mundial, conflagración que también le sirve a Kundera para hundir sus pensamientos en el peso del comunismo sobre los países del norte de Europa, incluyendo a Checoslovaquia.
La última novela que leí de Kundera fue “La Identidad”, un tratado narrativo que intenta reflexionar sobre la preocupación del hombre por su imagen. Chantal, la protagonista, es una mujer madura y solitaria, quien empieza a preocuparse cuando cree haber descubierto que ya no es atractiva para ningún hombre, como si la marcha de su vida dependiera de la admiración del resto.
Jean Marc, el amante, comienza a enviarle cartas haciéndose pasar por un admirador secreto que la sigue a todas partes y le asegura que cada vez la encuentra más hermosa. Como resultado, Chantal empieza a sentirse más animada, llena de vida y dulcemente esperanzada, hasta que descubre la farsa. De ahí en adelante su relación amorosa se convierte en un estallido de reproches y lamentaciones sin par
De regreso a Cartagena tuve la oportunidad de ver la película basada en “La insoportable levedad del ser”, pero, como casi siempre me pasa, las imágenes no superaron la idea que aún tengo de la novela. De todas formas, Kundera, para mí (lo digo con humildad y respeto) sigue siendo uno de esos pocos autores que han estremecido los cimientos de mi universo, y por cuales siempre digo: así es como se debe escribir.
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