Por Danilo Contreras. Especial para Revista Zetta.- Creo en el poder de las palabras. Esa convicción encuentra fundamento en la experiencia práctica y en ciertas disciplinas que señalan que el pensamiento se configura a través del lenguaje. Un botón de muestra: En junio de 1987, Ronald Reagan formuló ante el pueblo de Berlín Occidental un memorable reto al líder soviético Mijail Gorbachov: “Señor Gorbachov, eche abajo este muro”. Meses después los berlineses derribaron la infame cortina de hierro.
Pues bien, he escuchado de varios líderes en trance electoral sostener que las ciudades necesitan gerentes para dirigirlas. Encuentro en este sugestivo eslogan la causa de varios desaciertos que considero preciso desterrar. A riesgo de ser quien se equivoca, expongo las razones de mi desacuerdo con la posibilidad de elegir gerentes a cambio de alcaldes.
Si se aceptara esta propuesta sería imposible elegir matemáticos como Fajardo, filósofos como Mockus, o ingenieros como Navarro para dirigir los destinos de nuestras ciudades con el buen suceso que ellos lideraron en su hora los destinos de sus regiones.
Ahora bien, confieso que un temor indecible me agobia, al estimar la perspectiva de que sucesivos gerentes se afinquen en el Palacio de la Aduana, por aquello de la vocación mercantil que distingue a todo buen Manager; si eso ocurriera, muy probablemente el patrimonio público correría el riesgo de convertirse, definitivamente, en un artículo de comercio más, como sucede ahora con las plazas del centro amurallado.
Entiendo que la labor a que se obliga un alcalde van más allá de las que buenamente se encomiendan a un gerente, puesto que en el ánimo del administrador de una empresa no prevalece el servicio a la comunidad, la promoción de la participación ciudadana en las decisiones de gobierno y en general la garantía de respeto a los derechos de la población, según lo ordena el artículo 2º de la Carta Política, sino el afán de lucro empresarial.
La propuesta de elección de gerentes a cambio de alcaldes no es un simple esnobismo, sino que corresponde a una visión particular del desarrollo que infortunadamente ha prevalecido de la mano del capitalismo sin atenuantes. El mensaje es poderoso: “La ciudad necesita un gerente”, de lo que un incauto paisano deduce que cualquier otro tipo de líder (un maestro, un sindicalista, un jurista o un cura, etc.) es necesariamente inepto para el cargo de alcalde. Ese parece el mensaje subyacente, en mi modesto entender.
No dudo que muchas ciudades han tocado el umbral de la prosperidad bajo la dirección de gerentes, pero sin duda, por cuenta de un modelo en el que la inclusión y la sostenibilidad del crecimiento son ganancias marginales y no el fundamento de los esfuerzos del gobierno.
Creo que para bien de la democracia, aún quedan ciudadanos que miran con cautela a los gerentes emigrados del sector privado para instalarse en lo público como salvadores. Es evidente que las ciudades no son empresas mercantiles, sino organismos complejos cuyo epicentro es el ser humano.