La paz: ¿un globo que se desinfla?

Por Miguel Raad Hernández.- (Especial para Revista Zetta.- Cartagena, Junio 18 de 2015) Como colombianos queremos La Paz. Le hemos apostado fervientemente desde todos los escenarios donde hemos estado. Por eso los últimos ataques y atentados de las FARC nos parecen lo más demencial, absurdo e inconsecuente que podríamos esperar. Es inimaginable que después de más de dos años de conversaciones entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC, para una salida concertada al conflicto armado, nada se haya modificado en la mente y en el espíritu de la guerrilla colombiana.

Volver al terrorismo contra objetivos estratégicos para la economía y el pueblo colombiano, como la infraestructura petrolera y las torres eléctricas; o a los ataques contra ciudadanos inermes con la quema de buses y vehículos particulares; contra poblaciones humildes con el lanzamiento infame de los llamados «tatucos»; o el asesinato a sangre fría de policías y soldados con bombas y acciones sicariales, son todas acciones muy graves. Pero el colmo, como si todo lo anterior ya no lo fuera, son los atentados que causan desastres naturales. El derrame de más de doscientos ochenta mil galones de petróleo de los carro-tanques en el Putumayo, contaminando las quebradas y ríos que alimentan los acueductos de la región, destruyendo cultivos y sembrados de pan coger, matando toda clase de animales y vegetación, y causando un daño que perdurará por años, tiene que ser fruto de un odio que carcome el alma y obnubila las mentes. Nuevamente poblaciones enteras deben desplazarse abandonando todo, condenadas al desarraigo, al sufrimiento de penurias y a la desesperanza.

Todo este panorama desalentador parece llevarnos de nuevo a la sin salida de la guerra, que sólo trae «sangre, dolor y muerte» como bien lo dijo Winston Churchill. Quisiéramos tener la fórmula para evitarlo, pero no tenemos soluciones milagrosas. Acompañamos a quienes opinan que hay que insistir, aún contra toda esperanza, en la solución negociada; aconsejar no levantarnos de la mesa y seguir esperando porque aparezcan la coherencia y la sensatez, la generosidad y la grandeza y, sobre todo, emerja el amor por esta Patria que sigue esperando una nueva oportunidad de vida y de paz. También los guerrilleros tienen padres, familiares y seres amados que igualmente anhelan una segunda oportunidad en el seno de esta Colombia querida.

Entre tanto, al gobierno le cabe la responsabilidad de hacerle sentir a la guerrilla que la correlación de fuerzas, de todas las fuerzas, está a favor del Estado y de la legitimidad. Por ello debe reaccionar con inmediatez y eficacia ante los ataques de la guerrilla, cualquiera que sea su forma. La inteligencia militar y de la policía debe ser más activa aún, si se quiere. En el pasado han logrado grandes golpes que nos demostraron que son muy buenos. Ahora hay que demostrarlo nuevamente, hacer el esfuerzo definitivo, el que nos salve de la guerra.

A la administración pública regional y local le cabe también enorme responsabilidad para La Paz. Eso deben entenderlo no sólo los actuales mandatarios sino los aspirantes a remplazarlos. Buenas administraciones municipales y departamentales son definitivas para una paz estable, con igualdad de oportunidades y justicia social.