El turismo y la pena de muerte a Barú y las Islas

Opinión de John Zamora.- Director Revista Zetta.- No me parecen suficientes ni convincentes las explicaciones de la directora de la Corporación de Turismo, Zully Salazar, cuando habla de la protección al medio ambiente durante la feroz invasión turística a las Islas del Rosario y Barú en esta y anteriores temporadas altas.

Según cifras por ella misma mencionadas, serán más de 300 mil visitantes y 170 mil vehículos los que llegarán a Cartagena de Indias, y cerca de una tercera parte de ellos visitará tales paraísos en jaque.

La funcionaria habla con tranquilidad de las recomendaciones a los turistas para que no compren elementos hechos con carey, estrellas de mar o corales, pero eso es apenas un alamar en el traje.

El asunto de fondo es la responsabilidad del sector turístico con el ecosistema y la nula reparación que ha hecho del severo daño hecho luego de décadas de férrea explotación.

Autoridades, hoteleros, transportadores y nativos –entre otros- han derivado enormes ganancias de la explotación turística de las islas y Barú. Nunca se ha determinado científicamente el daño al ecosistema por cuenta de la pesca desmedida, la basura (¿a dónde van los residuos sólidos?), el alcantarillado (¿a dónde vierten las aguas residuales?), deportes náuticos, entre otras actividades.

Pero lo cierto es que los corales están amenazados. Primero le echaron la culpa al sedimento del canal del Dique, luego al calentamiento global, pero siempre se han lavado las manos sobre la responsabilidad propia del sector turístico.

¿Saben cuántas langostas, pargos, caracoles o cangrejas se servirán en esta temporada? ¿Saben de dónde las traen porque ya no hay en la zona?

También resulta angustiante lo que sucede en Playa Blanca, donde el costo del progreso por cuenta del puente de Pasacaballos lo está pagando el ecosistema, ante la invasión de vehículos venidos de todas partes. Al menos siete lagunillas están contaminadas; el mangle está siendo arrasado para hoteluchos o parqueaderos; las basuras cunden por doquier, y la franja de playa es insuficiente para el mayúsculo ejército de visitantes, que consumen cerveza y licor en cantidades alarmantes… ¿Y dónde hacen pipí los señores y las señoras?

Estamos frente a una depredación infame del ecosistema, al que se le exprime como limón de cantina, sin atisbo de mitigación y mucho menos de reparo.

Pedir que se detenga la invasión con una especie de veda es retar a los discursos lastimeros del hambre y el empleo, pero lo que si se puede hacer es dosificar la pena de muerte decretada para el ecosistema, y esperar con ingenuidad que el sector del turismo saque la mano del bolsillo y se la ponga en el corazón… si es que algo de vergüenza y cariño siente por la mano que le da de comer: Barú y las Islas del Rosario.