Por Danilo Contreras.- (Especial para Revista Zetta).- Un importante dirigente local me comentaba que no había sido testigo en su dilatada carrera pública de tanta irregularidad como la que ha quedado revelada en la contratación del Distrito de Cartagena durante el periodo reciente. Me argumentaba que ello era así, no solo por el monto de los presupuestos, sino por la flagrancia de las anomalías.
Mi distinguido contertulio acotó con desconsuelo, que encontraba la génesis de estos desafueros en los inconfesables acuerdos celebrados por los candidatos con financistas de diverso pelambre, para lograr el favor de la gran masa de votantes que es menester para el triunfo en las urnas. Su tesis lo conducía sin remedio a concluir: “Amigo, creo que va siendo tiempo de volver a nombrar alcaldes y gobernadores por decreto; solo así extirparemos la tentación original de ganar votos por dadivas provistas por los dueños de la tula, que luego, con lógica perversa, reclaman dividendos en la contratación estatal”. Agregó: “Me temo que casi la mitad de la inversión pública va a parar a los bolsillos de particulares por cuenta de esta dinámica”. Al final apuntó: “Lo que más perplejidad me causa es que un gran segmento de la población parece legitimar el método, tal y como se desprende de la popularidad que marcan los mandatarios en las encuestas. Que roben pero que hagan parece ser el lema adoptado por algunos ciudadanos. Panem et circenses”.
La sugestiva argumentación, el prestante autor de la misma, los guarismos que muestran las encuestas sobre la favorabilidad de los mandatarios y sobre todo la cita en latín, hicieron tambalear mis convicciones democráticas.
Un rato después, recordé y volví a la última conferencia ofrecida por el inolvidable Carlos Gaviria en el Gimnasio Moderno de Bogotá denominada “Educar para la democracia”. En aquella postrera disertación, Gaviria decía que no es posible una democracia funcional a la demagogia pues esta última se dirige a una masa amorfa, ambigua y desinformada, que es escenario propicio para los demagogos puesto que en tal caso el pueblo es manipulable y no sabe para dónde va. Al contrario un verdadero demócrata sabe que la democracia es una construcción permanente en la que es preciso edificar el sujeto de la democracia que es el pueblo, considerado como, cita a Adela Cortina, una comunidad pensante, consciente, conviviente. Mucho menos puede pensarse que profesamos la democracia en medio de una comunidad que padece heteronomía, esto es, que prescinde de la autonomía que reposa en la posibilidad de elegir conscientemente a sus gobernantes.
Gaviria sostenía con vehemencia que Colombia no es aún una democracia, sino una sociedad con vocación democrática o más bien una democracia germinal y para construirla el primer ingrediente es ilustrar al ciudadano, vale decir, educarlo.
Pude deducir, luego de las dudas, que el asunto no está en restringir la democracia, sino en la posibilidad de educar e ilustrar a los ciudadanos para que cuenten con elementos que le permitan elegir bien.