Por Manuel Pedraza
El momento más emotivo y espiritual de mi carrera como fotógrafo ha sido el encuentro con el Papa Juan Pablo II, durante su visita a Cartagena de Indias en julio de 1986.
Trabajaba en el diario El Universal y llegó una instrucción de la avanzada de El Vaticano para una capacitación sobre las pautas requeridas para el cubrimiento de la visita papal.
Cerca de 100 periodistas y fotógrafos, muchos de ellos venidos del interior de país, nos reunimos en Villa Claver, un centro de convivencias que la curia tiene cerca de Turbaco, y allí nos pusieron al tanto de las normas de procedimiento para cubrir la visita del Papa a Cartagena, su recorrido y momentos de especial interés periodístico.
Los puntos seleccionados para la visita papal eran Aeropuerto, Chambacú, iglesia de San Pedro Claver y Arquidiócesis, donde el sumo Pontífice pernoctaría.
Pero el momento más especial, por lo íntimo de su connotación, sería la visita de Juan Pablo II a la iglesia de San Pedro Claver, donde están los restos del santo que desarrolló su apostolado con los esclavos en la Cartagena colonial.
Nos dijeron claramente que sería un momento único y que ningún periodista podría estar allí, salvo el fotógrafo personal del Papa y uno adicional, que sería elegido a la suerte.
No recuerdo cuál fue el mecanismo, pero lo cierto es que me gané el privilegio. Lo que si recuerdo son las bromas de los colegas por haber sido elegido precisamente un fotógrafo de Cartagena y del único medio impreso local, El Universal.
Juan Pablo II llegó al aeropuerto Rafael Núñez, luego presidió una multitudinaria eucaristía en Chambacú y después vino el momento esperado de la visita a San Pedro Claver.
Recuerdo que se instaló una pasarela como de un metro de alto, que se extendía desde la entrada de la iglesia hasta muy cerca del altar, donde se habían ubicado los restos del santo, colocados de manera especial para el ilustre visitante.
El Papa caminó lentamente y se acercó a la urna de San Pedro Claver. Se le notaba impresionado, emocionado, y de repente se inclinó y cerró los ojos para orar. ¡ahí estaba la foto!
Además de sentirme emocionado por ese momento tan especial en mi carrera profesional, como católico me sentí inmerso en una especie de trance, por la cercanía física con el Santo Padre, y quien 28 años después sería elevado al altar de los santos, en el mismo sitial donde también está San Pedro Claver.
El ángulo de mi foto captó el perfil derecho del rostro del Papa, con su mano izquierda aferrada a los lambrequines dorados de la urna de San Pedro Claver.
Días después me enteré que el mismo momento, captado por el fotógrafo de El Vaticano, recogió el perfil izquierdo del rostro del Papa y, detrás de él, mi figura con la cámara en plena acción. Nunca pude obtener una copia de esa foto.
Una vez el Papa volvió a estar de pie, pasó junto a una silla que tenía reservada pero que nunca usó –como afirman los guías turísticos-, dio la vuelta por el ala lateral izquierda del templo, saludó a muchos fieles allí presentes y volvió a la pasarela para salir por donde entró, por la puerta principal de la iglesia.
En la agenda papal se contemplaba que tras la visita a San Pedro Claver, el Santo padre iría a la sede de la Arquidiócesis, junto a la Catedral Santa Catalina de Alejandría, para algunas reuniones clericales con el arzobispo Carlos José Ruiseco Vieira y demás delegaciones citadas en Cartagena.
Esa noche, la “nube” de fotógrafos nos tomamos la calle del Arzobispado “montando guardia” hasta el amanecer, cuando notamos el movimiento de los vehículos asignados, pues el Papa Juan Pablo II estaba por terminar su visita a Cartagena. El recorrido tomó la calle Román, pasó por portal de los Dulces, plaza de los Coches, llegó a la plaza de la Aduana, pasó por la calle de las Damas para buscar la avenida Santander, donde finalmente llegaría al aeropuerto, para despedirse de nuestra ciudad. El Papa se fue pero la foto de su íntimo encuentro con San Pedro Claver quedó en mi celuloide. Ahora los dos son santos de la Iglesia Católica y me siento bendecido.