Análisis de Revista Zetta.- Cartagena de Indias, 19 de octubre de 2023.- Ni tan cerca que queme al santo ni tan lejos que no lo alumbre. No hay instrumento certero para medir cuándo un recurso tan importante en el proceso electoral como el debate, se convierte en un rehén de estrategias electoreras.
Para los académicos, que sentados en sus escritorios pontifican sobre politología, los debates son escenarios para contrastar argumentos, pero para los estrategas de las campañas, son un tinglado, ni más ni menos: hay que salir a dar nocaut.
Sin frontera demarcada, el insulto sigue a la idea; la descalificación a la propuesta, el ataque al debate.
Las entidades y medios que organizaron debates pueden estar satisfechos con el aporte que intentaron hacer al proceso, pero quedan sinsabores de rancia amargura.
Funcicar y su famosa comisión naufragó en la justificación para la invitación. Un mar de consideraciones para terminar diciendo que aquel que tenga más de un 3% de intención de voto, sería invitado. ¿Por qué no el 5%, o el 10% o el 15%, o el 30%? La conclusión es que termina siendo arbitraria, y en últimas pasa como en toda fiesta: uno invita a quien quiere.
El debate de nuestro medio aliado El Bolivarense también sucumbió a la excesiva normatividad, para terminar dándole la rienda de la discusión a una comediante.
El debate de Caracol TV tal vez fue el más alejado de la frustración, pero dejó la sensación de “llenura”, como cuando ya nadie quiere comer más: ya Jacqueline había desplumado a la “Maríamulata”, ya Julio había soltado toda su hiel contra Dumek; ya William había cumplido con asistir, como no lo hizo cuatro años atrás. Ya. Suficiente.
Los estrategas saben que el riesgo es para quien tiene la ventaja en el favoritismo, pues todos los rayos y centellas le caerán. Saben que en toda guerra, la primera víctima es la verdad, y por eso hay que atacar. Quienes tienen precarias posibilidades, ven en el debate la oportunidad para igualarse, así sea por 60 minutos, y lo mejor para ese propósito es la gaminería, la reyerta, la altisonancia, el infundio, así se pretenda disimular entre propuestas. Abusan del organizador, impotente ante el ataque. El estratega dirá: ataca, que es mejor pedir perdón que pedir permiso.
Por eso el reciente debate de Funcicar estaba llamado al fracaso: por más academia y protocolo que se le quisiera dar, ya era un terreno erosionado, precedido de un ambiente hostil, propio de los últimos días de campaña, donde se cree que cualquier palabra, gesto o esfuerzo adicional reportará el codiciado premio de la Alcaldía. Hasta el insólito caso de un candidato de minúscula aceptación y, a la vez, profesor de derecho constitucional que, en contra de la Constitución, pretendió obligar a los medios a que lo invitaran.
En la política se puede ser de todo menos pendejo y no se puede dar papaya. Con una ventaja amplia, y con todos los debates y foros a cuestas, con la fuerza de 27 mil ideas y un robusto programa de gobierno, sería insensato acudir de nuevo a un tinglado, sabedor de la previsible andanada. Por eso Dumek Turbay acertó en no acudir, dejando a sus rivales más hostiles con la munición sin disparar. Y ganó.
En el mundo ideal, propio de los politólogos de escritorio, la audiencia podría discernir, evaluar y decidir. Pero en el mundo de nuestra política local, podrá ser frustrante, pero la conclusión es que el ataque acabó con el debate.