Por John Zamora (Director de Revista Zetta). Cartagena de Indias, 6 de noviembre de 2023.- La conclusión es que resulta incompatible ser periodista y jurado de votación.
Por primera vez en 35 años de periodismo, el Estado colombiano me llamó para actuar como jurado, un cargo que es de forzosa aceptación, y aunque acudí con convicción cívica, fueron 13 horas en que me sentí amordazado.
No le atribuyo la situación a la Registraduría, pues para la organización electoral somos una base de datos, un banco de correos electrónicos, de donde sale el conglomerado de jurados, y ninguna norma establece como causal de excepción el ser periodista.
Respiré profundo y pretendí convencerme de que sería una experiencia alentadora, y que podría ingeniármelas para cumplirle a la democracia por partida doble: jurado y periodista. Pero me engañé: esa dualidad no funciona.
Me enteré que había sido designado jurado por un mensaje SMS en mi celular del que desconfié, porque hay bandas que envían mensajes falsos para cometer estafas. Pero luego me llegó un correo electrónico y lo que fue más concluyente: una citación escrita. Además de notificarme mi forzoso cargo, me indicaba que debía acudir a una capacitación en Cedesarrollo, Comfenalco, en Zaragocilla.
Aunque afrontaba una tremenda gripa y no podría controlar la tos, fui a la cita y la funcionaria me dijo que había capacitaciones todos los días, en distintos horarios, y que podía regresar cuando estuviese recuperado de salud. Así que volví un par de semanas después, y me impresionó el nivel de preparación. Una funcionaria conocedora, unos apoyos audiovisuales efectivos, y unos simuladores bastante didácticos. Allí todos quedamos “listos para la foto”.
Llegó el 29 de octubre y a las 7 de la mañana comencé a hacer la fila para ingresar a mi puesto de votación: Crespo, colegio de la Esperanza, mesa 14.
En el salón también estaban las mesas 15 y 16, con sus respectivos jurados, así como las personas encargadas de la biometría: una por mesa.
Emilse, Luisa, Clara Luisa, José e Iván eran mis compañeros de mesa, y fue muy fácil e intuitivo repartirnos las funciones: la que recibía la cédula, la que buscaba en el listado de votantes y le tomaba firma y huella al votante, la que elaboraba el certificado, el que firmaba las tarjetas electorales, la que entregaba el material electoral al elector y yo, que era el custodio de la urna.
Llegó el turno del almuerzo y me tocó multiplicarme para anotar, firmar tarjetones, tomar firmas y huellas, y custodiar la urna.
A las cuatro de la tarde comenzó la tercera parte del trabajo, que era hacer el conteo de los votos y consignar las cifras en los formularios respectivos. Terminamos la tarea sobre las 7.30 de la noche, y debimos aguardar turno para entregar al clavero y obtener el certificado que atestigua que cumplimos con el forzoso encargo de ser jurados de votación.
Desde las 7 de la mañana hasta las 8 de la noche, fueron 13 horas de completa inacción periodística.
No pude participar en ninguna alianza informativa, tal como me la propusieron varios medios. Revista Zetta no pudo informar sobre el inicio de las votaciones, ni obtener testimonios de los principales candidatos, ni recaudar datos de situaciones especiales, ni hacer pedagogía del voto, ni ofrecer perfiles y programas de candidatos, ni nada. Yo no podía ejercer el periodismo porque estaba “prestado” como jurado.
Poco después de las cuatro de la tarde comenzaron a emitirse los primeros boletines de la Registraduría y no pude comunicarlos. Ni siquiera podía enterarme a tiempo porque estaba ocupado contando los 141 votos de la mesa 14 (multiplicados por cinco: alcalde, gobernador, asamblea, concejo y jal)
Sobre las 5 p.m. llegó un mensaje de la misma Registraduría con un enlace para los resultados electorales, así que reservé un minuto para emitir una información que tenía preparada desde el sábado: “extras” con fotos de Dumek Turbay y Yamil Arana, diciendo que comenzaban a tomar ventaja, luego que se perfilaban como gobernantes, y después que habían sido elegidos.
Solo cuando salí del colegio electoral pude llegar a mi puesto de trabajo y comenzar la labor periodística a fondo, ofrecer la información y análisis que esperaba la audiencia de Revista Zetta, en una noche informativamente intensa.
Resultó inevitable sentir que la jornada terminó con un sinsabor rancio y amargo, el que deja la mordaza de 13 horas en un periodista.