Este 27 de octubre se cumple un año de la elección de William Dau como alcalde de Cartagena, quien ha preferido entregarse a la pugnacidad que trabajar por los altos objetivos de la ciudad.
Por John Zamora (Director Revista Zetta 20 años).- Tan contundente como su elección ha sido la decepción. Fueron 113 mil votos los que catapultaron a William Dau a la cima del poder local, en una ciudad descuadernada que se ilusionó con el advenimiento de quien tuvo como único punto de programa la lucha contra la corrupción.
Algunos votaron convencidos que sin corrupción ya sería suficiente para que comenzaran a fluir las soluciones que clama la ciudad en todos los órdenes, y se encontraron con un testarudo veedor en cuerpo de alcalde, rehén de su propia maraña, camorrero compulsivo, muy bueno para la peleadera. Ni Mike Tyson lo hubiera hecho mejor.
Los resultados de esa pugnacidad se pueden ver en la ciudadanía: desconfianza, polarización, estancamiento, desunión, desánimo, miopía, cortoplacismo… precisamente todo lo contrario de los que esperaban la llegada de un gran gobernante con alta visión del estado.
El balance de la lucha contra la corrupción, su tema fuerte, es raquítico por carecer de norte y método. El Libro Blanco resultó un compendio retórico de imprecisiones; las denuncias afrontan reveses jurídicos con tutelas y retractaciones semanales; la peleadera es hasta con la sombra: gremios, cortes, procurador, contralor, academia, concejales, aliados políticos… en la lucha anticorruptiva más ha sido la bulla que la cabuya.
Se reduce todo a episodios novelescos, con alto ingrediente de morbo: Que iba a sacar a los que mandaban en la ESE Cartagena… no. Que iba a liquidar los contratos de los puestos de salud… que no, pero sí, pero ahora no. Que no le elijan a la personera recomendada por aquél. Que le elijan al contralor que había nombrado en Edurbe. Que cuidado y sus concejales se aculillan ante los malandrines. Que solo derriba a Aquarela si se lo ordena un juez… que no, pero que ahora sí. Que va a licitar el alumbrado, que no, que lo prorroga. Que la Policía “piérdanse”.
Pero también se reduce a etiquetar como «Malandrín» a todo ajeno a su órbita, y ser comprobadamente permisivo y protector con los no pocos casos sospechosos de corrupción interna.
La ciudad de sus redes sociales, llena de likes, es bien distinta de la ciudad real, llena de la misma desesperanza que acrecentó la pandemia. La popularidad que dan sus madrazos no alimenta a los desamparados de los cordones de miseria.
Desconectado de los temas estratégicos de alto gobierno, y obsesionado por poner retrovisor, Dau tampoco acertó en la conformación de su equipo, que en términos futboleros se podría calificar como «de media tabla». La famosa firma cazatalentos fue una pantomima y los nombramientos determinantes llegaron por compulsión. Los aciertos escasean en un mar de «paquetes». Viviana Londoño, en el IDER, y Paola Pianeta, en Comunicaciones, son de lejos las mejores funcionarias, y María Victoria Olier, de Control Interno, la única que ha dado verdaderos y buenos resultados en la lucha contra la corrupción. Londoño ha revitalizado al IDER y Pianeta es eficiente, creativa, consagrada y hasta a veces parece que hay más Comunicación que Administración. En la antípoda está la perversa Saia Vergara, del IPCC, de continuos aunque exitosos yerros para despiporrar nuestra cultura, y Olga Acosta, de Educación, la más cándida y estéril. En su Despacho no conocía a María Eugenia García y ahora no la “suelta”. Ha sorprendido el enmermelado David Múnera que llegó a la Secretaría del Interior, un clon “chimbo” del formidable concejal Múnera de otrora. (Qué grandes luces nos estaría dando el concejal Múnera frente a los desafueros del gobierno Dau). Gonzalo Jácome no decepcionó en Infraestructura porque se sabía que le quedaría grande. Lidys Ramírez manda sin necesidad de decreto ni OPS. El profesor Dewin Pérez es la comprobación de la enorme distancia que hay entre la teoría donde se sitúa y la práctica donde no se halla. La más polémica ha sido Diana Martínez, suspendida secretaria general, demostrando que tiene la estatura política para blandir espadas como escudera del gobierno, que acompañantes originarios de Dau no han tenido. La joya de la corona ha sido la contratista Cynthia Pérez Amador, Primera Dama, epicentro del escándalo político más convulsionado de los últimos meses por cuenta de una hoja de vida salpicada de falsedad, que tiene a la impoluta Administración paranoica «comiéndose las uñas». Ese es el tamaño de este gobierno.
Que Dau haya decepcionado no es una condición eterna ni inmodificable. (Ojalá). Es simplemente lo que ha pasado. Tiene tres años y dos meses para trabajar pero primero tiene que rectificar, sin renunciar a sus preceptos anticorruptivos. Bien podría subir de nivel y pasar a gobernar para unir y propiciar los resultados que nos ayuden a salir de la pandemia y edificar la nueva ciudad que merecen nuestros hijos. Bien podría abrir sus oídos, escuchar a la ciudadanía independiente y dejar de oír las perversidades de quienes le susurran chismes e intrigas. Bien podría abrir puertas y no tirarlas en las narices. Bien podría bajarse de su autoerigido y repelente trono moral y ser un buen alcalde… si quiere.
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